Impactos, sobreimpactos, truenos, bombas, explosiones, apocalipsis inesperados, rayos de fuego cayendo sobre la superficie de un rostro aterido.
Más impactos, imperfecciones, rugosidades, irregularidades, extrañezas, caos endemoniado, pasión inoportuna y tremendas ganas de llorar.
Olor a guerra y a muerte, desestabilización, orgasmo fallido, impotencia que lanza cual cañón, granadas negras sobre un enemigo bebé. Juegos sin alegría ni fuerzas. Besos deslavazados sobre una inercia de derrota y agresividad. Mala educación en un trono.
Potencia discontínua y mórbida, letal y extraña. Algo raro sale de la nada, y quiere penetrar por los mejores y más fáciles recovecos del cuerpo. Maldad sin fronteras. Ausencia de antídoto para la boa venenosa, tiempo de espera en un velatorio, substancia tóxica que respiran los hombres castigados por una mano torticera y ruín.
Tiempo de fuego. Sorpresa en la bala que perfora el ser y el estar. Sensación de dependencia y de fragilidad, niño en un cuerpo grande, cara de calavera, huesos de rata, cabeza de león, excremento de aire fétido camino de un sosiego.
Sin tregua. Al ataque. Sin dar tiempo a comer y a nadar, sin poder apenas respirar, jadeando como hacen los fondistas del diez mil en un ataque suicida a demasiados metros de la meta. Frío de nieve sobre un glaciar de venas humanas, mendigo herido y sin seguridad social ni gaitas en vinagre. Intemperie total.
No paz de los muertos. Al revés. Infierno presente y permanente. Nunca cantan ya los pájaros, el pueblo ha muerto, lloran las campanas sobre las plañideras de un tanatorio sin cobijo, grietas en el cubrirse del mal que hiere, absoluta desesperación, e imperio de todos los nervios desbocados cual caballos.
No hay derecho, ni leyes, ni padres, ni normas. Solo hay dolor. Solo hay gritos desgarradores en la noche gélida. No pueden haber enfermeros de sonrisa sedadora ni nada de éso. Lo único que puede haber, es ausencia. Toda la orfandad que puedes imaginar.
Llora. Sí. Llora y llora, muchacho. Ya sé que no lo puedes creer, pero ya estoy aquí. No. No soy el capitán destructor, un usurpador de tu identidad, ni nada de todo eso que temes. ¡No! Yo soy un ángel que te ama de verdad, que te acepta, que da un beso, que apaga con agua los latigazos de un guerrero cabrón; un hércules de paz que habla sereno y quedo. Aunque quizás inicialmente no lo puedas creer.
Soy psicólogo de impactos y de muertes. Desafío al mal y doy amor. Nunca seré Dios sino un humano, y al recibo de estas cuatro letras, sé que te vas a sentir más relajado. La noche, ha muerto.
Y ha llegado la vida, y los juegos, y las propuestas prácticas, y las danzas y chistes frente a un maravilloso pino imperial que congenia bien con el tomillo y la fresa. Sí, impacto. No has podido. Te has encontrado con una cosa colosal e inesperada llamada amor.
-AMOR REAL-
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