No somos nadie. No soy nadie. Cuando me descuido, va y me cae encima una fuerte responsabilidad. Sí. Bien dicha la palabra caer. Porque mi madre se ha caído, se ha roto un brazo, y a sus ochenta y cinco años y paralelamente, su cabecita mágica va entrando en demencia.
¿Mi madre, loca? ¡Coño! Vaya putada y con mayúsculas, es la primera idea que te viene a la cabeza. Y te llega el susto y el llanto, hasta que finalmente te cansas y te duermes.
Éso es. Me canso, y me duermo. No es fácil seguir, y pienso que ésto no podré dirigirlo, y que se me irá de las manos, y que vaya carga, y te acuerdas de la adversidad fatal y de quien la inventó ...
Tras dormir unas horas, me hago fuerte en la convicción. Mi madre está sufriendo, y me necesita. Me levanto de la cama, me trago mis llantos y mis muecas demudadas, y me digo a mí mismo que, ¡a la carga, soldado!
Sí. Ahora mi prioridad es mi madre. No sé lo que me espera cuando cada día la abordo. Ni, por en dónde me saldrá. Hoy mismo, la muy traviesa niña mayor, me ha dicho que no sabía quién era yo. Confieso que me ha acojonado su respuesta y su mirada. Pero solo era un juego de alteración por el sueño. Minutos después, soltaba una sonrisa y me decía que por supuesto sabía quién era yo. Bostezaba, y me llamaba por mi nombre.
¡Joder, qué prueba! Superada. Al percibir que mi madre no tenía nada alarmante, descartaba el tener que llamar de nuevo a urgencias, y el día volvía a mostrar su cariz cotidiano. Más o menos cotidiano, ya me entendéis.
Os confieso que esta prueba o etapa por la que estoy transitando, es realmente dura. Pero también es inevitable, aprehendedora, y además está llena de humanidad, cercanía y ternura. ¿No es una maravillosa aventura el cuidar a quien me ayudó a mí cuando yo era un niño? Lo es.
En la medida que voy aterrizando en el real club de familias afectadas por enfermos de demencias, me doy dando cuenta de algo que parece imposible. Me refiero a los lugares comunes. Sí. Todos, en mayor o menor medida, hemos pasado por esta experiencia. O bien muerte de nuestros seres más inmediatos, o bien el acometer los cuidados que se derivan de la senectud de los nuestros. ¡Todos toditos, hemos estado o estamos en esa etapa de la vida!
No es consuelo, sino realidad. Yo también me haré viejo, me caeré, y entonces suplicaré con la mirada unas manos amigas. Y, en ése momento, tendré la conciencia limpia y tranquila para solicitar dicha ayuda y necesidad.
Ayudamos, nos ayudan, fuimos ayudados, ayudaremos, nos ayudarán, y toda una gama de composición humanística de palabras sociales de amor y afecto.
Sí. El dolor puede unirnos más. Puede sacar de nosotros, facetas entrañables que parecían dormidas o inesperadas. Hemos de seguir creciendo, he de seguir creciendo, descansando, aprendiendo, y sacando magia de amor, para que la madre que me dió a luz esté feliz, confiada y protegida.
Aprovecho, para dar ánimos y felicitaciones a todas las personas que cuidan con afán a sus seres demenciados. ¡Adelante, amigas y amigos!
¡Y MIL BESOS!
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