Es muy bello comprobar cómo a veces el afecto se torna imperecedero, y que el tiempo y su transcurrir, no hace sino potenciar dicho afecto. Este es el caso de mi amigo Bernardino Talavera.
Entrañable, Talavera. No sé, ni cómo le conocí. Seguro que fue en el cauce seco del Turia, al coincidir tantas veces, corriendo y entrenando el marathón y mil distancias inventadas más.
Talavera es eterno afecto. Un padrazo, al que hace mil años que no veía, y que el otro día descubrí mientras bajaba a animar a los corredores del Marathón Divina Pastora de Valencia.
Fue algo espontáneo que me salió del corazón. Le llamé y el bueno de Talavera, al verme, me miró y me lanzó su eterna sonrisa amiga de niño mayor, mientras respondía alegremente a mi saludo.
Qué buena persona es el amigo Talavera. De verdad, que, fantástico. Mis recuerdos siempre son gratos cuando le evoco. Yo, era un joven despistado y excesivo, que gustaba de la risa y el desenfado. Y yo creo que esa es una de las razones por las que le caigo bien a Talavera. Porque nos gusta la risa, la alegría y la familiaridad.
Los dos somos sin duda unos niños grandes. Talavera, lo sabe mejor que yo. Todavía recuerdo cuando hacíamos burradas mientras entrenábamos. Sí. Necesitábamos salir de esa ortodoxia que da el cansino trote del fondo y de la larga distancia. ¡Menudas locuras se nos ocurrían! ...
Comenzábamos a correr, y de repente yo pegaba un hachazo y cambiaba el ritmo, y Talavera se hacía el vencido hasta llegar a mi estela. Pero cuando llegaba, entonces era él quien cambiaba bruscamente, y entonces me tocaba a mí apretar los dientes para que no se me fuera. Desde el puente de Ademuz hasta el de la Alameda valenciana, Talavera y yo jugábamos a desfondarnos. Sí. Ese juego cómplice, nos hacía simpatizar y divertirnos.
Talavera era y es un hombre humilde y de barriada. Tenía una pequeña empresa con máquinas troqueladoras. Pero no se sentía el jefe de nada. Era un obrero más, a pesar de ser el dueño. Y un eterno niño grande y entusiasta del deporte, con el que pase momentos inolvidables.
Talavera es la antítesis del estilo de un corredor de fondo. Su forma de correr emula la de un velocista. Y eso que hace fondo. Casi corre a saltitos, a impulsos, como esos niños que corren junto a la pandilla.
Recuerdo que estaba casado, tenía hijos, corría con su cuñado, y que todo era muy familiar, espontáneo e improvisado. Nunca recuerdo haber visto jamás cabreado a Talavera. Y cuando se enfadaba, guardaba un mutismo prudente y ejemplar. Pero no conocía el rencor. A los pocos minutos, le decías algo, y entonces soltaba una carcajada natural de las suyas, y ése era el Talavera de siempre. Mi amigo Talavera. El amigo de much@s.
Tengo de él una inolvidable anécdota. Un día, me vió caminando por el río, mientras él corría con su pandilla como siempre. Yo, no le había visto, pero él sí, y me saludó. Y le dije que yo solo marchaba, porque tenía la rodilla fastidiada, y me había pasado solo a la marcha y al caminar.
Talavera me miró, y al verme feliz, sonrió de nuevo y la vida siguió. Tras despedirnos, se volvió hacia mí, y me dijo: -"No te lo dejes", refiriéndose al deporte. Sí. Su corazón afectuoso de amigo seguía ahí.
¡TENGO GANAS DE ABRAZARTE, NANO!
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