Audaces, denunciadores, pacifistas, ojo en el miedo, terror en la mochila guardado; jóvenes de otra pasta dispuestos a buscar una sangrienta verdad debajo de las piedras chamuscadas.
Todo puede ser posible en medio del enjambre de una puta guerra. Allí sí que está la noticia real, y no tanto en medio del orden de la santa Paz. Jungla de zetmes, balas que peinan el casco anónimo de un atleta quasi suicida del periodismo. Son gente que no tiene tanto miedo a la muerte, como los corresponsales de lugares más comodones. Es otra muerte.
Corresponsal de guerra, reportero, Rambo en las cámaras que captan el horror del fratricidio de la raza humana, y que huelen a llanto y a muerto de una tumba a veces imposible. Edificios de queso gruyere. Dolor a mares.
La cruel guerra. El mal de los hombres, y la tentación golosa de la industria de las armas. Y en medio del fragor y de la cuerda que puede romperse en cualquier momento, unos seres raros y fuera de sitio, parecen arbitrar un partido entre salvajes justicieros.
Nada de maniqueísmos. No debe importar el bueno o el malo. Difícil reto para un notario del perdiodismo en medio del fuego de cruce. Admirables almas de independencia, que hacen méritos para buscar la verdad de la imagen que huele a real.
Malas condiciones para el descanso y el vívere. Va a depender de tu nacionalidad, o de si eres o no proamericanista, o si estás más a favor de los vencedores que de los vencidos. A codazos torpones con los soldados, que miran incrédulos a los fedatarios de un descarne y de un desnudo de sentimientos sinceros.
Gritos desgarradores en un edificio bombardeado, nada de cine ni de efectos especiales , manipulaciones las justas, sangre que salpica sin querer, placa acreditativa y salvadora, mágica neutralidad en el corazón de la gran barbarie, fotos de niños amputados y matados, balas perdidas dentro de los cráneos, entierros clandestinos y apresurados, francotiradores del demonio dando por saco y sin dejar mantener el trabajo de una respiración tranquila y adecuada. Gentes de hierro.
Estoy en una guerra. Nada de celofán ni pijeríos. Verdad casi pornográfica, aventuras semisuicidas en el seno de un universo inhóspito, inhumano y alocado. Piel de gallina, pelos de punta, hacerse a todo, violaciones, criminales de guerra, secuestros, rehenes, represalias, paramilitares, sicarios, bombas lapa, y trampas de quirófano y tanatorio.
Ir a la guerra es peor que ir a una cárcel. Ir a la guerra y a contar qué pasa, es tener in mente la idea de que puedes diñarla en medio de las bombas. Y cuando quieren darse cuenta, ya ha saltado la noticia urgente de tu muerte. Todo es y está demasiado tarde. Nada está en su sitio, y todo es incómodo y lleno de moscas de precariedad.
Si eres soldado de periodismo, estás muy delgado pero satisfecho. Ser corresponsal de guerra ha de ser vocacional, neutral y desinteresado. Becario de un futuro de compromiso. Ver de cerca mear sangre, o defecar demasiada agua extraña. Y por éso, quiero homenajear desde estas modestas líneas, a todos los periodistas de ropa raída y sucia, que se juegan el pellejo por huír de Disneylandia.
- ¿VERDAD, JOSÉ COUSO? -
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