Aquello no era normal. Daniel acababa de cumplir ciuncuenta años, pero se había matriculado en un centro de jóvenes a la busca de reencontrar conocimientos de muy atrás, los cuales se supondría socialmente que un hombre de su edad debería ya conocer.
Además, los ademanes y las actitudes de Daniel, eran igualmente las de un hombre joven, nervioso, bisoño y de poca calle o experiencia. ¿Sería acaso un ser deficiente o retrasado? Parecería que sí. Todo apuntaría en esa dirección. Pero ...
Los muchachos de la clase, se burlaban de él y de sus ademanes y vestir, pero los ojos de Daniel tenían una mirada definitiva y especial. Y ante los reproches y puyas de sus jovencitos compañeros, Daniel nunca se enfadaba, e incluso esbozaba una sonrisa entre orgullosa y comprensiva.
Era lo que más impresionaba a la gente de toda edad que le conocía. Su porte orgulloso. Un porte, que parecía contrastar con su lastimero o raquítico bagaje de recursos. Sí. El orgullo de Daniel, no era de vendetta sino de convicción.
Pocos le comprendían o justificaban sus errores o nervios. Eran casi nulas, las personas capaces de ponerse en su extraña piel. Y al no tener familia, Daniel era poco visto con simpatía. Si no era un subnormal, ¿qué demonios le pasaría a ese hombre tan extraño? Ésa, era la pregunta que se hacían los más benévolos para con él. Porque, la mayoría, le prejuzgaba con el sambenito de atrasado e imposible.
Pero, quien tenía sensiblidad y olfato para seguirle, se podía dar cuenta perfectamente de que Daniel, crecía. Sí. Estaba más maduro, más sereno, más encajador de su realidad, más certero con sus actitudes, etcétera, cosa que al principio de tal estirón personal, parecía absolutamente imposible que se pudiera producir.
Aprendía Daniel, rapidísimo. Era culto, inteligente, bondadoso, y tenía un muy peculiar sentido del humor, en el que se combinaban el genio puro de un niño grande, y el talento de un adulto realmente capaz de generar carcajadas inesperadas en los demás. El humor inteligente que te llama y atrapa.
A mitad del curso que compartía con sus compañeros y jóvenes estudiantes, Daniel estaba ya en la élite de dicho aula, y avanzaba como un genio rebelde y atinado. Poseía una capacidad fuera de lo común para la comprensión, y desarmaba con su talento a tod@s. Las mujeres le escrutaban con atractiva curiosidad.
Uno de los muchachos, envidioso al verle sacar las mejores notas, le golpeó fuertemente en el rostro. Daniel agarró al muchacho, y colocó los ojos muy cerca de él mientras le neutralizaba. El chico, se sorprendió por la enorme fortaleza del hombre.
A continuación, Daniel le dijo al muchacho que no volviera a hacer aquéllo, y que él no se consideraba en modo alguno su enemigo. Pero el joven le dió de nuevo un empujón, y luego una patada. Daniel, contenido, le dijo al muchacho que detuviese su ira, o de lo contrario iba a recibir una contestación física potente.
El chico, se asustó. Y no insistió. No se podía con la mirada del extraño y desaliñado Daniel. Semanas después, ya eran amigos. Habían pactado. Y a partir de aquel consenso, el citado muchacho se incorporó al club de los mejores estudiantes del aula.
-DANIEL Y SUS OJOS NO LLEVAN RENCOR-
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