¡Oh, Robie Callister! Menudo viejo, gruñón e insoportable. Sobre todo, insoportable. O al menos, así piensa reunida y cotidiana, la plana mayor y más influyente de los citados Callister dublineses.
Robie Callister y sus hijos y nueras, muestran entre sí una extraña incomprensión. Metidos en sus conversaciones, pasan del viejo Robie, y Robie se siente extraño y desplazado. Y por éso, gruñe mucho.
Ajenos a este pensamiento, los otros Callister hablan y hablan sobre su extraño y más que raro, modo de actuar. Los otros Callister, parecen igualmente metidos en la burbuja de un discurso propio, y que no se abre a solidaridades. No. No le aceptan. Y el viejo Robie Callister les mira con desprecio. También para él son unos desagradecidos y unos antinaturales, por no atinar a comprenderle. Desencuentro palmario intergeneracional.
Los discursos son impulsivos, acusativos, en voz demasiado alta, y cargados de mutuos reproches. Incluídos, los nuevos roles de los hijos del viejo Robie. Sí. Se levanta mucho la voz, y se pierden demasiado los nervios. No han entrenado siquiera para aceptarse. Una verdadera pena, que genera inevitable desunión y falta de cohesión.
Y mientras los hijos y nueras de Robie Callister hablan y hablan desde el dedo acusador y sin consensos, aparece algo que pasa en un principio desapercibido, y que luego parece revelarse como mágico.
Sí. Es un niño. Un niño pequeño. Uno de los nietos del viejo Robie, le mira, y éste guarda un calmo silencio desprovisto de tensión y de quedar bien. Todo es natural entre el niño y el viejo. Se están aceptando el jugar entre sí. Se palmetean las manos, juegan a estrujarse los dedos, el niño mide la anchura de los dedos del viejo Robie abarcándolas desde sus manos abiertas, y Robie sonríe de oreja a oreja cuando le dice sin decir a su pequeño Jimmy,-que así se llama el niño-, cuando le hace ver lo pequeñas que tiene las manitas, el cuerpecillo, la naricilla, las orejitas, y hasta la conexión entre las respectivas y tiernas picardías.
No. No existe la menor tensión entre Robie y Jimmy Callister. Al revés. Están a gusto juntos, se divierten, y han entrado en un jugueteo y en una complicidad, natural y clara. Se aceptan la diferencia. Aceptan igualmente sus tamaños y sus tiempos, sus experiencias y bisoñeces, y se complementan en un agrado común.
Finalmente, Charles, uno de los hijos del dublinés Robie Callister, repara en el hecho, y le hace una seña a su mujer Judith. Élla, también mira fijo al nieto y al abuelo. Y, en seguida, la mayoría de los Callister se percatan de lo que sucede.
Extraña magia, piensan en consenso. Éllos, no logran lo que sí pueden conseguir el niño y el viejo. ¿Cómo y por qué tendrá lugar dicha simpatía y aceptación natural? Además, el abismo de años es más que un hecho. Entonces, ¿qué diantre pasa ahí? ...
Abuelo y nieto, miran al alimón a los demás miembros de su familia. No comprenden aquel silencio expectante y hasta extraño. No. Robie y Jimmy Callister sienten que ese silencio de vigías no viene a cuento, y que deben seguir jugando entre sí a arrumacos, carantoñas, y ocurrencias de cercanía, afecto y aceptación.
No hay mucho que explicar. Pero, para los otros Callister, hay demasiadas dudas y preguntas. Y piensan en exceso, en lo complejas que son las cosas a veces, y en que los viejos y los niños están en galaxias distintas.
-POR ESO ESTÁN PERPLEJOS-
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