En el año 1986, yo ya iba pronto a cumplir los veintiséis años. En Valencia, la gran prueba de los 42 interminables kilómetros, era una pequeña anécdota desconocida, en medio de una sociedad sedentaria y poco amante de los retos del esfuerzo y del límite.
No era mi caso. Desde que tengo uso de razón, he practicado deporte. Sí. A nivel modesto y popular, pero siempre el ejercicio me ha acompañado a lo largo de toda mi vida. El deporte me apasiona, tanto verlo como contemplarlo asimismo.
¿Qué demonios era éso del marathón?, ¿correr?, ¿correr durante algunas horas?, ¿era posible correr durante horas y sin parar? Pronto y paulatinamente, iría saliendo de dudas.
No me preguntéis cómo, pero logré conocer que había un grupo de corredores, los cuales se reunían todos los sábados y a las ocho y media de la mañana, en la Fuente de Viveros de mi Valencia.
Allí se reunía el llamado "Grupo Salvaje", y casi sobre la marcha, improvisaban o decidían un recorrido de unos veinte o treinta kilómetros. Un día me uní a ellos, y fui descubriendo los rigores del fondo. Formaban parte de la Sociedad Deportiva Correcaminos, y junto a ellos y a alguna valiente fémina, pude lograr aguantar y aguantar los sufrimientos del esfuerzo, y curtirme y fortalecerme.
Un día, alguien habló del marathón y de su distancia. Y, poco a poco, comenzó a bailarme por la barriga la idea de correrlo y de probar a ver si lograba completarlo. Y allí que me afané, y seguí la constancia de los duros entrenos. Y ya me sentí preparado para abordar tal reto.
Sí. Fueron días y días de soledad y de sufrir. De viento, lluvias, frío y falta de luz. De cargarse las piernas, y de todas las dudas. Qué bien poco se habla y se sabe lo que entrena un aspirante a completar la carrera de la épica de Filípides, y que luego los anglos lo llevaron a la categoría de mito de olimpiadas modernas y actuales.
Nada que ver con una carrera festiva o con un juego. No. Entrenar era gris y duro, y por éso me congratulaba reunirme con mi grupo fondista de los sábados. La presencia y la compañía de los demás, era básica. Vital para no decaer. Un novato, lo pasa muy mal cuando desconoce el imperio de la deuda de oxígeno. Y cuando vas corriendo castigado pero acompañado, la cosa se torna dulce y se puede entonces desdramatizar. Y, hasta sonreír ...
Alguien cuenta un chiste, o cambia el ritmo, o hace un comentario amable, o ves que te aceptan, que te integras en un proyecto común, y así mil sensaciones agradables. Gasolina emocional.
Por éso, seguí. Y finalmente, me metí la idea en la cabeza. Iba a correr el marathón de Febrero. Y para no arrepentirme, me gasté el dinero y me inscribí. Ya no había marcha atrás. Y, como además, necesitaba y estaba deseando comprobar mis límites físicos y con un dorsal en el pecho, la noche anterior al marathón apenas dormí tranquilo a causa de los nervios que tenía. Pero, lo poco que dormí, lo dormí bien. Y al día siguiente, me preparé, me hidraté, y me planté en el Paseo de la Alameda que era en donde estaba sita la línea de salida. A ver qué pasaría ...
-MAÑANA OS SIGO CONTANDO-
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