Es invierno en mi Valencia del alma, y observo a mis plantas de mi balcón. Están a merced de los picotazos y de los excrementos de las palomas, las cuales crecen en exceso, ante la pasiva mirada de los especuladores de pisos de la barriada.
A mis plantas les agrada mi frío suave del Mediterráneo. Les conviene ahora la humedad y la poca agua. Pero, os confieso, que llevaba demasiados días sin prestarles atención, y les debía yo un afecto.
De modo, que esta mañana he pasado mi mano cálida y amiga sobre mis plantas. No me gustan algunas cosas que les pasan a las murcianas o geranios franceses. Sus hojas están como resecadas e invadidas, como espolvoreadas y sin fuerza de reacción. De modo, que tras valorarlas y acariciarlas con mis manos, me fijo en los enraices. Están fuertes y bien las raíces. Y el suelo de las macetas se mantiene bien, a pesar del acoso de las palomas y de sus restos de suciedad que acechan de contínuo.
Observo que algo revuela sobre las hojas malas de los geranios, y que en puntos de los tallos, unos brotes de fresca nueva vida buena, reaparecen con fortuna. Las plantas están vivas, pero les falta atención, frescor y seguimiento. Como ha hecho un tiempo cálido en exceso, las plantas necesitan frescor. Más. Ahora viene un frío más estable, el cual definirá bien su real salud y situación.
Las flores de un día, se repliegan y aletargan, y las plantas que crecen en invierno, como los lirios blancos o calas, toman el relevo y capitanean majestuosas el verde clorofila que observa mi balcón desnudo, aireado y abierto. El balcón de mí.
Me gusta cuidar a mis amigas las plantas, y poner en cada gesto mío toda mi observación y mi cariño. Y, entonces, las plantas se posicionan y se alinean con armonía y verdad. Me distraen y me hacen no recordar los instantes duros de mi vida. Me dan ocio y recreo.
Y yo, José Vicente, me siento relajado mientras las laboro y cuido. Mis facciones se suavizan, y entonces me siento yo sincero y real. Son, como un yoga positivo y regalo de reyes que yo me gano. Sí. Estas plantas mágicas de mi balcón que la vida representan, me dan estímulo y poderío, fuerza de seguir, observación y curiosidad sobre lo que hago en mi vida, y hasta un cierto arte o estilo en el modo de cuidarlas.
En la barriada, ya me conocen los curiosos que transitan por mi calle. Saben que sobre sus cabezas se halla ese hombre de gafas, que está al cuidado de esa riqueza que es la flora de la naturaleza. Se han acostumbrado a verme. Ya no les llama la atención. Han aceptado que me gusta la jardinería, y me ven tranquilo y feliz allí en mi balcón. En mí.
No yerran. Cuando mi mano se une cual enlace a las hojas y tallos de mis plantas, aparece una magia y una empatía que me cuesta describir a través de la palabra y del escrito. Solo sé que ellas me quieren, y que yo a ellas.
-QUE NO ES POCO-
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