Quien me sigue, ya lo sabe. Estoy cuidando a mi madre, la cual ha sido ingresada durante un tiempo, en uno de los hospitales más prestigiosos y públicos de mi Valencia española del alma.
Además del lidiar todos los días con el agotador acometer la responsabilidad del cuidado de una enferme en demencia, hay unas inevitables derivadas o picos de dificultad, que aparecen de forma periódica y muy compleja. Veréis.
Mi madre, es una mujer que siempre tuvo dificultades, y a la que la vida siempre le vino grande. Jamás se cuidó. Se aprovechó de su potentísima fortaleza, para decidir comer aquello que simplemente le gustaba, abandonando prácticamente desde siempre un comer sano y saludable.
Ahora, y a sus ochenta y cinco predementes años, todo se precipita sobre élla, y no digamos en la fría y estandarizada maquinaria actuativa sanitaria, y con profesionales que no están especializados en estas cuestiones, y que además no tienen por qué conocer el historial vital de mi maravillosa mamá.
Llega la hora de comer como digo, y entonces mi madre dice que no. Que, no come. Y que no. Y entonces, comienza el desconcierto y saltan a pasear todos los nervios. Lo que mi madre necesita es que un médico nutricionista, informe a las enfermeras de planta de que mi madre, no es desgraciadamente una paciente más de este emblemático hospital.
No se puede arreglar un hábito alimenticio, en dos tardes. Éso, es una soberana estupidez. Y no digamos, si además se padece una predemencia.
¿Es posible conciliar las posiciones, y no entrar en tensión las enfermeras y yo?, ¿con la iglesia hemos acaso topado de nuevo? No lo sé. Yo, lo que creo, es que hemos dado de bruces con la incomprensión y desencuentro mutuos. Ellas no me entienden, y yo no las entiendo a ellas.
¿Sabéis cuando realmente come mi madre? Yo os lo diré. Sencillamente, cuando se da cuenta de que si no come pasará hambre y lo pasará mal. Ése, es el tema actual.
Y éso, como pasaría con los niños pequeños, desconcierta a los pobres médicos, los cuales ven cómo un día mi madre nada come, y al día siguiente se lo zampa prácticamente todo. Y, sucede, que tienden a fijar su atención y equivocadamente, en las características del cuidador. Que soy yo.
En otras palabras: se creen que mi madre come mal por culpa mía. Y, no saben, que mi madre comía en casa, chocolates, trozos de pan, flanes y yogures cuando se le antojaba, trozos de plátanos verdes porque le gustan más que los maduros, etcétera, etcétera ...
Ya os he dicho la clave: mi madre siempre ha comido sin mirar su salud, y con un total descuido. Ahora, naturalmente, se impone una rigurosa dieta blanda, y acorde con su edad y características.
Yo, José Vicente, acepto el reto. Asumo la responsabilidad de educarla en el comer, a pesar de su demencia progresiva. Pero lo que no tengo tan claro, es que las auxiliares de planta del hospital tengan la paciencia debida. Porque, además, su trabajo no es ése. No es la especificidad. Las chicas de la planta, se limitan a entregar de modo casi estandarizado a todas y a todos, un comer adecuado.
-Y NO PUEDEN AYUDARME-
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