Valencia. Pre primavera. Calle Quart. Entrada principal del Jardín Botánico y Universitario de mi ciudad. He vuelto, y nunca mejor dicho, a mi raíz. Yo nací al lado del Jardín Botánico. De pequeño me llevaban allí a jugar, y alguna vez y de adolescente, me gustaba aprovecharlo para sentarme en uno de sus bancos, y reflexionar acerca de mis dificultades o asignaturas pendientes. ¿Quién no lo ha hecho? ...
Ahora, en 2012, y por nuevas circunstancias familiares, visito el Jardín Botánico de mi Valencia, y llevo la silla de ruedas en la que se apoya mi madre, viendo con una madurez o nueva perspectiva, este lugar mágico, emblemático y peculiar.
Lo que más me llama la atención del Jardín, es que ahora lo veo como una especie de zoo de árboles. Hombres apasionados de la Botánica, trajeron a este lugar bien cercano a las Torres de Quart y al antiguo lecho del cauce del río Turia, las especies de árboles y de plantas más diversas, exóticas, exhuberantes y abundantes.
Sí. No me gusta el estatismo de los jardines botánicos y artificiales. Siempre prefiero ver a los árboles y a las plantas, en sus lugares más propicios a su crecer y aparición. En las montañas o valles libres.
El Jardín Botánico, es sobre todo, Ciencia. Sí. Investigación y especialización. El Botánico jardín es un lugar universitario, carente de aglomeraciones, selecto en el estudio y en la afición del hombre a ofrecer una belleza necesaria y rica. El hombre botánico es un científico, y no un vendedor de postales turísticas. Sí. La magia de mi Jardín Botánico es su quietud, soledad, y capacidad para convocar poca gente. Lo masivo, hace daño a lo natural. Hacen bien en ser reservados y selectivos.
El mundo visible y cotidiano del Jardín, es la presencia de gente mayor que busca como un tesoro espacios de tranquilidad, canguros o madres con sus carritos de bebé, y la presencia de los cuidadores y protectores del lugar universitario y de investigación.
Viejos, jóvenes, funcionarios, y árboles enormes pasados de sitio, acompañados igualmente por especies autóctonas, y grandes espacios de sombra y hasta de encanto romántico. Los pájaros, han encontrado un hábitat pintiparado en el centro histórico de mi ciudad. Sus trinos casi incesantes, pueden sacarte del estrés, y hacerte respirar y soñar con un oxígeno salvaje y de distancia. De repente, estás en otro lugar. En otro paraíso.
El diseño del Jardín, es precioso y tremendamente juguetón. La belleza del sitio solo se sabe si lo visitas. Y, éso, que todavía no ha florecido el mayo de mi primavera, y todo se aletarga aún en el anodino ritmo del invierno. Todo cambiará bien rápido, saldrá la flor, y la foto del turista nacional o extranjero, alcanzará la estética buscada y elevada. La gran belleza. La vanidad presumida del color.
Pero, también creo, que la percepción de un jardín solo es un estado de ánimo. Y lo que ahora yo veo, se llama estatismo y ausencia de grandes sorpresas. Rutina y cotidianeidad. Otro tiempo, otro acento, y la sensación de que mi sitio no puede estar ahora ahí, porque solo voy con la obligación de agradar a mi madre y nunca a mí.
Sí. Eso iba a deciros. La palabra libertad. En el seco invierno de este año valenciano en mi Jardín, veo que falta agua y sale polvo. Que los gatos que hay en el recinto ajardinado, son unos comodones que se separan demasiado del tigre o león inicial. No me siento libre yendo diariamente a mi maravilloso Jardín de la calle de Quart.
-LE FALTA ESPACIO NATURAL A MI TIEMPO-
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