domingo, 12 de febrero de 2012

- PASEANDO CON OTRO ACENTO -



Yo, parecía ayer el abuelo de mi madre, y tenía la sensación de que mi madre era mi nieta. Sí. Era la primera vez que yo la sacaba a pasear en silla de ruedas. Primero, porque se vence y se puede caer al suelo en cualquier momento, y segundo, porque es posible que ya se quede así para siempre. Como hoy ya acertaba a andar algunos pasos, no quiero pues pecar  de pesimista.
A lo que iba. Veréis. Ayer deposité a mi madre en el asiento de una silla de ruedas,     y   aprovechando que hacía sol en las horas centrales del día y abrigándola bien, allá que marché a sacarla de ese marasmo casero de aburrimiento, en cuyo lar mi mamacita se aburre mucho, le ataca la senilidad, y bien pocos hacen por subir a visitarla aunque sea para darla un beso. Cosas de la vida.
Bien. ¿Cómo se hace éso de llevar a un viejito en una silla de ruedas? Iba a decir que éso lo sabe un sanitario o un enfermero. Pero, no es tan así o tan tajante la respuesta. No. Una silla de ruedas, se lleva adecuadamente si se piensa en el amor, en ayudar, y en el querer y saber ponerse en el pellejo del sentado. Es una clave fundamental.
Y como mi paso habitual es rápido, y parezco un militar caminante, debí de reprimirme  y adaptarme al acento que precisa y demanda la nueva situación. Sí. Desde el amor, me puse en el lugar de una viejita, y pensé en cómo me gustaría que cuando fuera mayor y dependiente, me llevaran a mí.
Mi madre, pesa bastante y es fuerte. Ya la silla, también pesa. Había que hacer un esfuerzo, para transportarla y para acercarla hacia las calles próximas y más soleadas. Por ejemplo, la Gran Vía valenciana de Fernando el Católico. Excelente lugar para gozar del sol y del agrado.
Y por ahí he caminado, llevando a mi pequeña y cariñosa madre,-que es ahora mi niña preferida-, e iba deteniéndome cada equis metros, dándole atención, charla y seguridad. Mi madre,-que es muy traviesa-, quería que la llevara más deprisa y que no nos detuviéramos, llevada por la demencia senil. Pero yo hacía un caso relativo, y me daba cuenta de   que  si quería que por la noche la mujer tuviera sueño y que se le despertara el apetito por el día, mi obligación era llevarla con la lentitud antes citada.
Es realmente bello, llevar por las calles a mi madre en silla de ruedas. Creo que me dignifica como ser humano, y me permite fijarme en aspectos y matices que antes me pasaban más desapercibidos.
Sí. Ese nuevo acento y nuevo ritmo, me permite fijarme en los otros viejos y en sus familias o cuidadores, en los niños que juegan en el parque junto a sus papás, y de verdad que es como viajar a un mundo nuevo de ternura cotidiana. Y en ese territorio de la ternura, todo es menos tenso, todos nos acercamos más y mejor a los problemas y responsabilidades de todos los días, y hasta hay mucho menos tiempo para la hipocresía y la apariencia.
-ASÍ LO HE VIVIDO-

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