sábado, 25 de febrero de 2012

- ¡OH, VIEJOS! -



Os confieso que llevaba yo viviendo una situación real, y a la vez un tanto extraña. Sí. Tenía que ver con el bajón vital de mi madre en los últimos tiempos. Tiene ya ochenta y cinco años, y es verdad que la ley de vida te lleva a unas situaciones desconocidas, que no te esperas, y que te acaban sorprendiendo ciertamente.
Aquel periplo casi incesante de solicitar de madrugada la presencia de médicos que calmaran la demencia de mi madre, así como las visitas al hospital y su posterior ingreso en el centro  hospitalario durante unos días para controlar su situación, me sumía en unos temores que se llenaban y se llenan de dudas y de bisoñeces.
Soy, realmente, un romántico. Alguien, que asume las teorías, pero que cuando toca la práctica realidad, entonces me cuesta digerir y comprender lo que hay detrás de tal realidad. Un poco, la estructura o el estrato de un consenso social que se impone y a todos los niveles. Os cuento.
Sí. A pesar de verme en situaciones nuevas y nerviosas, las cuales aconsejaban tener unos nuevos y más potentes nervios templados y la cabeza adulta más que fría, yo notaba que algo me chirriaba y se me escapaba. Pero yo veía una irregularidad que no compartía, y desde la que discrepaba más que abiertamente. ¿Qué sería aquello tan extraño? ...
Sí. Los médicos, enfermeras, actitudes, posicionamientos, frialdad, medicina mecanizada, actitud estandarizada y funcional con los pacientes y familiares, etc,  me llenaban de dudas,  desacuerdos y una clara irritación. Pero, sobre todo, me llevaban a la confesión de mi propia duda. Muchas dudas. ¿Qué estaba pasando? ...
No he encontrado suficiente calor entre los médicos, las enfermeras,    y    el    procedimiento sanitario en general. Hasta que, pasados algunos días tras la conmoción y tremendo trajín que suponía el cuidado de mi madre en salud extrañamente frágil,-fundamentalmente en   la conducta-, comencé a ver la solución de aquella duda de fondo     que     me      asaltaba,   desconcertándome una y otra vez.
Sí. Por fin, lo hallé. Salí de dudas. El tema no era otro que el que los viejos,-como es el caso de mi madre-, molestan y de un modo o manera flagrante. Sí. La altanería o pasividad de alarma ante las posiciones patológicas de mi anciana madre, quedaban solapadas por un evidente consenso general. A nuestra sociedad, los viejos les molestan, y entonces sus achaques   y problemas, nunca preocupan, como sí lo hacen las cuestiones patológicas de la gente joven. El capitalismo.
Uno de los grandes hándicaps con que cuenta mi madre, y que aclara toda la frialdad   e  indiferencia mayoritarias, eran sus años. Sí. Que es una vieja improductiva, y muy mayor. Y la prioridad social, no son éllos. Al revés. Los ancianos son seres que no causan expectación ni motivan a los sanitarios, ni al grueso o mayoría de los ciudadanos mayoritariamente, en nuestra sociedad de hoy.
Ahora, os lo confieso, lo constato y comprendo todo. Si mi madre hubiese tenido cuarenta y cinco años en vez de ochenta y cinco, os aseguro que las cosas hubieran caminado por  unos senderos más concretos, rigurosos o intensos. Más lógicos y comprensibles.
-TODAVÍA PUEDO VIVIR ESA FRIALDAD-

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