domingo, 19 de febrero de 2012

- EL BUEN BOXEADOR -



El buen boxeador sale el día del combate, con el intacto olor a esfuerzo de gimnasio en su   trabajado cuerpo. Su ser está exultante de oxígeno. Descansado, y con trazas claras de fondista. Si resiste, gana.
El boxeador ganador, actúa como el zen oriental. Concentración máxima, y adaptación a las formas y fondos de su rival. Sonríe cortesmente a la afición que se ha gastado el dinero para ir a verle, y de inmediato se sumerge en su labor y hacia su cometido. Todo lo demás, no debe ya importar. Habas contadas.
El púgil, cuando suena la campana que anima al primero de los asaltos pactados, lo que hace es posicionarse sobre el ring. No. Su rival no ha de serlo. Su principal rival, ha de ser él mismo.
El estudio, la cotemplación de los movimientos propios y ajenos, y toda    la  frialdad   y  la concentración del mundo. Ojo pues a los terrenos y a las distancias. La cuestión crucial y básica no es la pegada, sino la presencia y la ubicación. Un buen boxeador no teme a los puños de su rival, sino a que éstos puedan encontrar fisuras en su camino hacia sus zonas    más   vulnerables. El boxeador que se precie, será pues calculador y cerrador de riesgos. En   la seguridad propia, estará el ochenta por ciento de su exitosa victoria. Quizás, más.
Su rival, avanza hacia él. Se trata del arte de la esgrima. No importa si le lleva o no camino de las cuerdas. Éso, es lo de menos. Las cuerdas pueden ser solo una anécdota morfológica del ring, y no un pretendido gólgota finalista.
Lo sabe el boxeador destacado. La iniciativa no es quien pega antes, sino quien arrea con decisión y claridad, y hace mella en el objetivo. Teatro necesario. Puesta en escena. Al buen boxeador le hacen gracia los alardes o bravuconadas de su rival. La idea es siempre tener paciencia, y manternerle a raya. Contener. Contenerse.
Existen las sorpresas en el boxeo, pero para éso hay un antídoto atlético que se llama reflejo. No. A uno no le tira un enorme golpe, sino el débil esquive. Es importante nacer sin facilidad de ser quebrado en cejas. El rostro ha de ser compacto, curtido, y como protegida la piel en un imaginario tupper. Segunda piel.
Avanzarán los asaltos. ¡Mejor El fondo del oxígeno, se pondrá a prueba. Hay    que    seguir  respirando como siempre. El cansancio, puede esperar a que se termine todo el gran paquete que compone el combate. Se puede resistir sin ahogarse. Por tanto,   sin      movimientos  demasiado bruscos, sin cebarse a lo loco, y economizando con la mayor elegancia y puntería todo movimiento. Cabeza y serenidad. Obediencia debida al preparador.
El boxeador de éxito, tendrá siempre la paciencia latente. Al final, su rival le seguirá. Le emulará, o tratará de hacerlo. Irá tras él y a remolque. Buena señal. Si tu rival te sigue, entonces irás por delante de él.
Tu rival te querrá machacar y triturar sobre la lona del ring, si se ve atrás a los puntos. Es el momento de la máxima concentración. En la percusión física y desesperada, el que   más  posibilidades tiene de caer derribado, va a ser el más necesitado de explosiones de fuerza.
El boxeador que gana, se valora mucho a sí mismo y a su convicción. Pasa el tiempo, está más tranquilo, y el árbitro lo sabe. En breve, el referee le alzará victoriosamente el brazo ganador. Habrá dejado fuerza e inteligencia para éllo.
-SENCILLAMENTE, TODO-

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