Queridos creyentes y no creyentes en el Señor mi Dios. Yo soy uno de los apóstoles que estuvo con Jesús, como cuentan las Santas Escrituras. Por santas razones de modestia, de discreción y de ausencia de toda vanidad, no voy a revelaros mi nombre. Es lo de menos.
Soy apóstol y santo, y ahora reaparezco en un blog al azar y anónimo, y me gustaría poder compartir con vosotros mis experiencias con el Hijo del Hombre, y la vez con el Hijo de Dios que también es Dios.
Os hablaré dentro de la complejidad, desde un lenguaje humano, terrenal, y que podáis comprender. Veréis. Jesús era un ser bueno y sabio, justo y santo. Jesús fue un libro abierto y absoluto, de paz y de sabiduría.
Cada palabra suya, era una herramiento de aprendizaje, un manantial de belleza, y un océano de inteligencia y de sosiego. Nunca vi a un hombre como él. Era, amor. Ésta, es la palabra que mejor le define. Jesús fue y es, amor.
Jesús de Nazareth, nos enseñó un nuevo paradigma de justicia. Fue un verdadero revolucionario que supo contagiarnos amor. Fue un enemigo absoluto de toda forma de violencia, de las guerras, de los enfados, de los justicierismos, y nos mostró unas reglas del juego que solo pretendían que fuésemos todos una buenas y mejores personas. Su espíritu, nos acompañó a todos los que con él estuvimos, y con quien siempre estamos y estaremos.
A mí me cambió por completo el modo de pensar, y elevó mi conciencia de un modo recto y exhuberante. Porque todo en él y desde él, era y es, paz. Paz con mayúsculas.
Jesús de Galilea no veía con simpatía a los ricos. Decía de ellos que les estaba vedado el Reino de los Cielos. Entendía que las ganancias económicas humanas, constituían un lastre y un fracaso personal para poder crecer en el camino de la bondad. Me impresionaba y convencía, su discurso insólito y maravilloso.
Dejaba que todos se acercaran a él, y rompía una y otra vez todos los tabúes. Se nos acercaban prostitutas, enfermos, y gentes de toda compleja y variada condición, y él nos decía que les dejásemos presencia y atención. Y Jesús les perdonaba los pecados cometidos, les escuchaba con atención absoluta, les sonreía, y les invitaba a superar sus debilidades humanas acercándose a la verdad de su Padre. ¡Oh, Dios!
Sentía piedad de los excluídos, y se solidarizaba con su dolor. Hablaba y predicaba para los pobres y para los desheredados del planeta. En el conocido Sermón de la Montaña, mi Señor Jesús, hizo un perfecto discurso o mensaje de esperanza para aquellos seres humanos que permanecían en la más grande miseria y desesperanza. Y yo vi cómo los enfermos recuperaban la sonrisa, y le abrazaban y besaban. Y que las diferencias entre los seres humanos, desaparecían entre la alegría y el gozo personal.
Quiero deciros, que ahora, dos mil y doce años después desde aquellos años que yo viví, el Mensaje sigue siendo el mismo, y bien fresco y actual. Aquellas palabras siguen valiendo para ahora. Jesús mi Dios no quiere ver a las gentes sin atención médica, en el dolor, en el hambre, ni en la pena, ni en la guerra, ni en la exclusión, ni en el llanto ni en la derrota. Y os aseguro, que a él no le gusta el camino que lleváis. Reflexionad y juntos.
-BENDITOS SEÁIS TOD@s-
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