lunes, 20 de agosto de 2012

- LA FRICCIÓN DE LAS PIEDRAS -



El otro día me lo dijo el señor Antonio. Sí. En el interior del Jardín Botánico al que acudo casi a diario, hay unos litos o piedras, con los que casi se puede hacer magia. El señor Antonio es un hombre jubilado, con el que coincidimos mi madre y yo todos los días, y    con    el     que hablamos siempre un rato. Además, el otro día se fue a su huerto de Utiel, y nos trajo varios kilogramos de sabrosas almendras. Generoso que es el hombre ...
Sí. El señor Antonio me enseñó, a su manera, la fricción de los litos. A los niños y seres   de sorpresa, les encanta el sonido que hacen tales piedras entre sí. Somos       curiosos     sempiternamente ...
En el medio de la quietud del jardín lleno de árboles y de paz, poco a poco me he ido a hacer propio el deseo de la trasgresión, del juego y del placer. Como las piedras están   en   el  interior de un seto, está prohibido acceder. De modo que yo aprovecho que el personal del jardín ya me conoce, miro no obstante a ver si hay alguien observando, me salto alguna barrera, y allá que voy ...
El señor Antonio me lo decía, pero a mí no me entraba en la cabeza, ¡leñe! Para hacer que el sonido se escuchara, lo mejor era tener mucha paciencia, relajarse, hacer caso, y no tener prisa para que el sonido surgiera desde el aparente misterio.
Ahora, en cuanto puedo, voy a jugar con dichos litos, y voy aprendiendo mi particular y necesario juego de concentración. De eso se trata. Agarro una de las piedras con decisión y delicadeza a un tiempo, y no busco el resultado inmediato. Empiezo a notar que los demás no existen, me concentro plenamente en el ejercicio de la fricción, y en cómo    darle lentitud de paso a una piedra sobre la otra.
Allá que voy. Poco a poco, la piedra se desliza más que suavemente, y tocando   la  piel    o superficie de la otra piedra. Como una suerte de masaje lento y respetuoso. Y entonces, casi de la nada, las piedras hablan. Se escucha un sonido bello y cada vez más potente, que semeja a lo que quieras imaginar. Para mí, se llama sorpresa, y me recuerda a seres imposibles, a avisos amables y firmes que rompen totalmente el silencio del jardín, o incluso al sonido de los barcos que zarpan de los puertos camino de la mar que es la vida.
Sí. Ese sonido tierno y potente que sale de entre el beso en el lomo de las piedras, es capaz de sorprender y de barrer el ensimismamiento de los seres casi dormidos. Empatando con los trinos de los pájaros que viven en las copas y en las ramas de los árboles del jardín amical, las piedras sueltan desde su roce un sonido seguro, potente, y sobre todo, evidente.
Es un son que atrae, que a pocos deja indiferente, y que para mí es como si la sencillez   que brota de la vida, fuera capaz de acribillar el tedio y las monotonías. Os juro, y no se lo digáis a nadie, que el sonido de esas piedras también somos nosotros y nuestros deseos.
Hacer ruído. Salir del anonimato y del silencio, aparecer en la platea    del      escenario    compartido, y lograr la curiosidad de los demás.
Y lo más mágico, es que hago ruído totalmente relajado, y con la necesaria y absoluta lentitud de la fricción. Cuando dejo las piedras, me siento bien, niño, y feliz. ¿Cosa menor? ...
No creáis. Tiene el efecto contagio. Al verme, se me acercan muchos y tímidos turistas del Jardín, y se me quedan mirando. Y cuando me alejo, les descubro haciendo lo mismo que yo acabo de hacer. Sí. Juegan a friccionar los litos, para experimentar su sonido personal y su pericia propia y eterna.
-NO SOLO ES UN JUEGO-

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