sábado, 14 de diciembre de 2013

- TU SILLA ES ESA DE AHÍ -



Y mira, Adolfo, que esta cena navideña ha sido entretenida y llena de sucederes. Porque es que hay que reconocer las cosas y decir absolutamente toda la verdad. He estado rodeada de todos nuestros hijos, de nuestros nietos, de las mujeres de nuestros hijos, y de toda la gente familiar y tradicional que por estas fechas se reúne en casa.
Pero yo no me he podido concentrar en todo el tiempo, Adolfo. Porque aunque han disimulado tu silla y han puesto a los niños y nunca han tocado tu tema, no he parado de llorar por adentro tu ausencia.
No. No es lo mismo. Porque el año pasado tú sí que estabas ahí y el maldito cáncer no se te había llevado consigo.
No, Adolfo. No ha podido ser lo mismo. Porque hace séis meses que yo, que soy tu viuda, aún no he podido apartar casi los ojos de esa silla ausente y desgraciada. ¡La tuya! ...
Ha sido bonito, mi tesoro. Belén, árbol de Navidad, todos los motivos y ribetes de estas fiestas, la comida, los villancicos, tus hijos llenándome de mimos y de besos, nuestros nietos jugando y correteando ajenos a todo, tus nueras llevando las conversaciones por terrenos amables y desenfadados, y todo lo que se quiera. Pero tu silla, estaba ahí. Sí. A mi lado, rozándome, moviéndose, tocándome, desgarrándome por adentro la ausencia fatal, sintiendo que te has ido y me has dejado para siempre, notando que te echo mucho de menos, que estoy en pleno duelo aún no superado, y que todo mi interior ha sido un perfecto desastre. ¡Me cago en el demonio! ...
Lo sé todo, Adolfo. Sé que tú eras alegre y bromista, y que siempre me decías que había que relativizar y no hacer dramas, y que la mala nostalgia es como un filo que te raja el alma, y que todo sigue y se mueve. Ya lo sé. Porque me hiciste muy feliz con tu carácter, con tu amor, y con tu visión mágica y siempre hacia adelante de las cosas. Soy consciente.
Como lo soy, de cuando te llevaba en los últimos tiempos al hospital para que te pusieran la radioterapia y la quimio, y cuando se te caía todo el pelo y tú me decías que ahora te parecías a Yul Brynner y un poco al calvo ese del anuncio de la lotería de Navidad. Eras un cachondo mental y maravilloso.
Pero, ¿qué pasa con esa silla tan vacía? Porque tu silla nunca se va a rellenar con tu cuerpo ni con tu estar. Tu silla es eterna como tu recuerdo, y me gasta unas malas pasadas que ya puedes imaginar.
Perdóname, Adolfo. Ya sé que no sigo tus consejos, pero es que todo es muy reciente aún. Tenme paciencia. Es el primer año. Es la primera navidad sin tí, y sin tus cenas, y sin tu champagne, y sin tu licor, y sin ese turrón duro ese que tanto te gustaba, y sin tu encanto ni tu magia.
He llorado esta noche casi más que cuando el joven y amable doctor me dijo que a veces las cosas de la vida se tornan inexplicables y se diluye y se precipita todo. Ha llorado más que cuando te incineramos con todo cariño, y como cuando me dí cuenta de que tu lucha contra el maldito cáncer estaba faltalmente decidida. Me acuerdo de la noche antes de que te me fueras, Adolfo. Cuando a punto de partir hacia las estrellas eternas, me preguntaste si yo estaba preparada y si iba a ser feliz otra vez y a recuperarme ...
Porque me animaste tú a mí nuevamente. ¡Tú! Tú me dijiste que estas jodidas cosas pasan, y que hay que ser fuerte, y encarar todas las cosas, y que nuestro amor nunca puede evaporarse, y hasta tuviste el increíble valor de contarme un chiste y una gracia. Pero, ¡compréndeme, Adolfo! ...
¿QUÉ HAGO CON TU SILLA? ...

0 comentarios:

Publicar un comentario