Aquí hoy en la calle no se puede estar. Hoy es día de camina o te hielas. Muy pocas opciones. Son días perros de aire y de frío. Pero lo del aire es la rehostia. No hay sitio para meterte, todo es molesto e inestable, te sientes más solo y vulnerable, y todas esas cosas propias de mi condición. Vivo de la caridad y de la mendicidad. Soy mendigo, y trampeo por las costas de la Comunidad Valenciana como el destino quiere darme a entender. Es de los mejores sitios que he encontrado. Valencia. Aquí no llueve nunca. Es increíble.
Lo que pasa es que te confías y viene de sopetón el invierno, y ya la hemos jodido. Aquí lo que hay es mucha humedad, con el mar al fondo y contagiando de malestar a mis huesos a prueba.
Las navidades me importan un carajo. Ya cuento con ellas, porque tengo una cabeza dura que me sirve para hacerme un buen planteamiento mental. Busco albergues y me acopio de los alimentos que dan. Rara vez escarbo en las basuras, porque padezco del estómago y no me la quiero jugar. Pero guardadme el secreto, que consiste en que a veces meto la mano en el contenedor. Pero eso lo hago solo cuando me equivoco o me descuido. No reincido.
Hace mil años que no veo a mi familia. De hecho, temo que algún día me toparé con algunos de mis escasos parientes y no solo es que ellos no me podrán reconocer, sino que yo tampoco me acordaré de sus rostros.
Bebí. Ahí empezó todo. Mi mujer y mis hijos me dijeron que era un borracho y que me fuera. Toda la casa era mía. Todo iba bien, tenía un trabajo, un coche, y todo aquello que puedes tener. Pero también, demasiado orgullo. Cuando pasó lo que pasó, siempre pensé que lo mejor era asumir las cosas. Y tiré por la calle de en medio. Llegué al Centro de Investigación en donde trabajaba, y un compañero me contestó mal. Me rehice contra él y le falté al respeto. Me pegó un golpe, se lo devolví, se llamó a la policía, pagamos los dos nuestras multas de las denuncias, y después vino el jefe y nos tiró a la calle a los dos. No le digáis nunca a nadie que soy físico nuclear. ¿Para qué? ...
Tomé el coche y me fui al banco. Esa fue mi ruta durante unos meses. Del coche al banco y del banco al coche. Hasta que se me acabó el dinero del banco. Me preocupó fundamentalmente que no tuviera dinero para poder meterle al licor. Era básico, inmediato, esencial, el calor, la flor de la vida, mi estímulo, mi redención, mi liberación, mi única droga, mi amor, el líquido de néctar que podía hacerme sentirme vivo, mis borracheras y mis descansos, mis fantasías y mis recovecos de supervivencia. Fue todo muy precipitado y muy dramático. Demasiado para mí. El abismo es duro.
Pronto me vi en el hospital. El hígado y toda esa zona está muy mal. Pero lo que hace tiempo que me he negado es a pensar en serio. ¡Ni hablar! Si me pongo a pensar en serio me amargo y acabo cagándolo todo.
Tengo cuarenta años y una gran confusión. No puedo evitar el empinar el codo. He perdido mucho de mi dignidad. No soy yo. Solo soy algo que se mueve y se protege. No me planteo ponerme en pie, ni creo ya en los besos.
En lo único que creo es en el puto viento y en el puto invierno de hoy en Valencia, en España y en el mundo mundial. Pero yo no soy de lloreras. Soy de evidencias. No quiero llorar. No soy un moñas. Prefiero el silencio y mi cárcel. No me interesa el exponerme . Puedo salir trasquilado. Soy un driblador de la muerte, la cual por cierto no solo no me molesta en absoluto sino que la veo con una hipotética opción cuyo descarte es optimismo. Veo la muerte como un gran viaje camino del paraíso de los descansos.
Ahora en Navidad, la gente te da más dinero. Me gusta y aprovecho. Me agrada darles lástima y ser aparentemente más frágil hacia ell@s. Es una buena inversión. No tengo nada, no soy nada y no valgo nada. He perdido todas las esperanzas porque no hay esperanzas. Lo sé. Mi mundo sigue siendo la botella de alcohol y todas sus consecuencias. Me estoy matando, porque ni siquiera eso me va últimamente bien. Y allá me voy al hospital, hígado en ristre, y los médicos me conocen ya bien. Casi soy de la familia.
Pero, ¿qué hacer sin mi amoroso alcohol?, ¿no tener ni un comodín donde esconderme?, ¿perder mi única fantasía?, ¿decir adiós a mis deseos necesarios? ... Voy a por un trago. Y que sea lo que tenga que ser. ¡Y qué aire hace, coño! ...
- LO SIENTO, PERO ... -
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