miércoles, 25 de diciembre de 2013

- EL REY, SIN CHISPA -


En este nuevo año horríbilis del Rey de España, se tenía mucha curiosidad y expectación ante su mensaje tradicional navideño. Había una mezcla entre morbo y expectación, a pesar de que algunas televisiones nacionalistas habían mostrado ya de entrada su no retransmisión y su alejamiento.
La televisión pública, sentía temores. Para éllo y antes de que el soberano hiciera acto de aparición, nos mostraron imágenes simpáticas y oportunas de su familia en actos determinados y televisivos. Lavaron con glamour el momento de la salida a los ruedos.
Yo le vi, anodino. Además, su cara tenía poca luz de focos, y me vino mientras veía a un ser avejentado y seriote, la idea de una moneda gris que tendía a recordarme a la cara de Franco. No sé si una moneda de cinco pesetas de las que el euro se llevó, o una cosa así. Fue ráfaga fugaz.
Abrióse más la cámara y las luces, y sí. Era el rey. Carilla sonrosada como de hábito, y esta vez muy preocupado. El Rey no parecía ni estar feliz allí ni estar a gusto. No parecía él, ni su sombra, ni mostraba ese aspecto tan campechano que le hemos aceptado durante largo tiempo.
Era él, pero no sé. Fallaban muchas cosas. Faltaba chispa, gracejo, yo creo que se trabucaba menos que antes, y cosas así. Estaba queriendo parecer muy formal y sin concesiones. Yo no le podía ver el Borbón ese de sorpresa que siempre le sale y que te acaba ganando. Parecía un jugador al que le quema el balón y no está dispuesto a probar con las diabluras en absoluto por si no le salen. Porque se sabe en medio de una presión que tiene difícil salida de convicción.
En medio de todos los líos en los que anda cada vez más metido con su familia, Juan Carlos tomó terreno y trató por todos los medios de meterle fortaleza. Se decidió, y habló diciendo claramente la palabra: parados. Sí. Dijo que España solo iría bien cuando no hubiese tanta gente en el paro. Y luego dijo más cosas de la ejemplaridad, y su retórica casi consensuada y precavida.
El mensaje llevaba síntoma. Ya no parecían grandilocuentes sus palabras esperadas y hasta recurrentes. Nadie podía sonreír. Yo no estaba feliz viéndole así. Me supo mal. Me entristeció, y reflexioné acerca de la Monarquía. Qué poco es y va quedando. No importa. No tiene asiento eficaz en el mundo de hoy. Falta sal, se necesita banquillo y renovación en la institución, y nuevas cosas, y caras, y formas de enfocar las realidades.
Os prometo y hasta juro que pensé en una cierta abdicación. Pensé en su hijo Felipe, y en que también es alto, y que lleva barba y mujer televisiva, y que es joven y fuerte, y que me da a mí la impresión de que le hace mucha falta al discurso y al músculo. Creo que ya sería el momento de que el Príncipe pasara al campo, más allá de la idoneidad más que poco probable de la institución que se vara inane me temo en un puerto inadvertido.
Juan Carlos de Borbón es un hombre ya mayor, y yo siempre prefiero recordarle cuando nos hacía sonreír a todos y cuando le salía un batallón de imitadores que nos hacían realmente la gracia. Porque os digo de corazón que España es sol y música, y hasta Corinnas en bañador y en Palma. Que los españoles somos luminosos, potentes, vividores y sonrientes. Y que tanto tono gris me retrotrae a la agorafobia y a la nocturnidad. Y España avanza. Y debe seguir avanzando.
-Y HACIA EL FUTURO-

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