Yo tenía veintiocho años. Recién cumplidos. Un trabajo importante en una gran multinacional, una mujer preciosa, y todo lo que se puede tener. Lo que llamaríamos, un triunfador.
Y como de repente, de vuelta a casa, a los mandos de mi potente auto, una tarde de otoño sucedió todo. Un conductor me adelantó súbitamente y yo me piqué. Le seguí y le seguí hasta casi alcanzarle. Una vez le sobrepasé y le mascullé una fanfarronada, me relajé y hasta me confié. Y no vi que venía un enorme camión de mercancías. Cuando noté el impacto, todo se silenció y oscureció a continuación. Perdí la conciencia, y no supe nada de nada.
Mis politraumatismos fueron superados. Pero me quedó una secuela. Había perdido la visión de los dos ojos. Me había quedado ciego. El médico y el psicólogo me decían que había tenido la gran suerte de seguir vivo. Yo, me sonreía sarcástico e incrédulo ...
Empezó todo el samaritanismo del mundo. Todos me querían ayudar porque debía darles lástima. Y con el tiempo, en ese mismo samaritanismo y lástimas, cayó mi bellísima mujer Mónica.
Estar ciego así de repente, es como volver a nacer y tras un parto accidentado. Un día ves que tal amiga o amigo no ha venido a verme a mi rehabilitación, y otro día veo que hasta mi Mónica empieza a meter excusas para no estar conmigo. Le pudo la situación, tuvo miedo y decepción, y se fue retirando. Lo negaba ...
Tuve un día que decirla que se fuera de casa y que se dejara de hipocresías. Que, ya no era feliz a mi lado. Y aunque Moni puso mil resistencias, lloros y sofocos, acabó reconociendo que todo esto de la ceguera la superaba y la condicionaba. Que no se sentía cómoda. Y yo le agradecí la sinceridad aunque fuese horrorosamente dolorosa. La verdad, es.
Cuando estás ciego, empiezas a ver las cosas de otra manera. Y al principio tienes la extraña sensación de ser un niño desnudo y vulnerable. ¿Qué será de mí?, ¿qué podía esperar en la vida siendo invidente total?, ¿se podría seguir siendo feliz como yo lo había sido antes del accidente? ... Era una pregunta especial y personal.
Aceptar la ayuda. Ése fue el primer hándicap con el que me enfrenté. Yo era joven, independiente, fuerte y hasta arrollador. ¿Había que volver a edades vulnerables cayéndome desde mi grato olimpo? ...
Había que ser, inteligente. Pasaron los meses, y me di cuenta de que la idea de sobrevivir lloroso, había de transformarse en la de vivir lo más positivamente posible. El dinero y mis padres, me ayudaron. Tuve mucha suerte. No me amargué ...
Porque a mí me da igual abrir que cerrar que los ojos. No se ve nada. Pero aparece un acento enriquecedor en mí y en mi horizonte. Puedes ver las cosas desde la sensibilidad y el afán de normalizarte las situaciones. La idea de que puedes volver a ser completamente feliz, empieza a ser una expectativa. Y, empecé a creérmelo.
Me ha cambiado todo. Tengo bastón, perro lazarillo, braille, y todos los adelantos y sensores. Sigo trabajando y aprendiendo. Veo a la par el rechazo y la admiración. Pero lo más destacado en mí es que soy más comprensivo con los demás y menos individualista.
Soy un ciego deportista y social. Me interesa el sufrimiento de los demás, y cómo puedo ayudarles. Me rebelo contra las barreras arquitectónicas y me he vuelto reinvidicativo y tranquilo. Ya vivo solo en mi casa, y ya apenas existen los peligros. Tengo las mismas vulnerabilidades que los que podéis ver, me considero una persona más en el mundo, y hasta he recuperado la ilusión por el amor. Mi ceguera ya es un recurrente y una nostalgia victimista. Siempre estaré ciego y hasta que me muera. Pero la voz de una chica llamada Violeta es cálida y hasta excitante. Somos más que amigos y ella lo sabe.
-SE PUEDE SER PERFECTAMENTE FELIZ-
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