No ganó ayer el torneo de Miami. Pero el ejemplo de su pundonor y de sus logros en su vida tenística, quedan ahí.
Nacido en un pueblo de Alicante, David Ferrer le da al tenis la forma de normalidad, y le resta a la mítica de los elegidos. Él, no es un superclase como Nadal o Djokovic. Pero lo mejor es, que lo sabe y lo asume.
Ferrer es claro y espontáneo, realista y educado, atleta potente y entusiasta, y ocupa las primeras posiciones del ránking mundial porque es un rebelde del esfuerzo y de la laboriosidad.
La idea ejemplar de David, hace reflexionar en torno al deporte en su dimensión de superación y de competición, más allá de grandes triunfos y de derrotas. Es el triunfo del número dos. De los números doses que nunca serán dioses de ésto, pero que enriquecen con su solidez y bullicio la gran cometición de todos.
Ya va siendo hora de que se glose y loe el gran mérito de los outsiders o deportistas de gran nivel y de segundo paradigma. Como David Ferrer.
Es valenciano de Jávea, sabe que el deporte es algo tan básico y simple como competir contra otro rival. Dejarse toda la sudor y todo el esfuerzo en cada raquetazo a la bola. Darlo todo, y basta. Algo tan elemental y la vez tan extraño de concebir para la gran e inmensa mayoría de deportistas actuales.
No hace falta ser mediático, ni tener oropeles de efectos especiales, ni poseer el talento del citado Novak o el genio cerebral de Rafa. No es necesario todo eso para ser muy grande. También son armas el tesón, la rapidez, el coraje y el realismo.
Ferrer a veces se va del partido y hasta recibe algún silbido. Su tenis no es el previsible o el mejor. Pero, gana y gana partidos y más partidos. Está ahí arriba jugando finales como la de nada menos que Miami frente a Andy Murray, y perdiendo por centímetros.
Perder. Es muy difícil saber perder. Te coge un tremendo cabreo si pierdes. La frustración tiene su lugar privilegiado en el deporte de élite y de la gran competición. Y Ferrer está enfadado, pero se le va pronto. Sabe que mañana habrá descanso, y luego más entrenamientos. Que, el deporte se rige por unos determinados e ineludibles senderos que son innegociables. Que, se asumen.
Por eso tiene las piernas más rápidas del circuito, es correoso como una lapa, y no se arruga ni ante sí mismo. Nunca hay que fiarse de que vas a ganar a David Ferrer fácilmente. No te equivoques. Depende. Unas veces le vas a ganar, y otras te vencerá él a tí. Pero, pase lo que pase, vas a sudar la camiseta, amigo. Y David lo dará todo y hasta el último de los calambres si se tercia.
Mi homenaje a mi paisano Ferrer, es igualmente el apoyo a la idea de que los grandes por sí mismos no pueden marcar una competición. Necesitan rivales corajudos, ilusiones en sus oponentes y rebeldía resistente.
Ferrer toma ese papel de no favorito, pero no bajes la guardia demasiado. Sin un gran saque y con mucha rapidez, sin un físico deslumbrante o una cara de Hollywood, sin músculos de Hércules, o sin aderezos para sibaritas. Es igual.
Porque el deporte no solo lo rige el glamour. Ferrer es un chaval humilde y claro, que tiene la madurez de su espontaneidad en la pista para lo bueno y para lo menor.
Sí. El que queda cuarto o quinto en una Liga de fútbol o en una marathón, o en otra prueba de quilates, nunca es un cualquiera sino una atleta fantástico y de una enorme calidad. El espejismo es compararlo con los mitos sagrados. Me estoy acordando del gran ciclista holandés Joop Zoetemelk que quedó segundo en 16 ocasiones en el Tour de Francia. Siempre estuvo ahí con los grandes y con una longevidad curtida a golpe de profesionalidad.
David Ferrer es un grande. Es un grande, porque es capaz de malabear entre el difícil equilibrio que separa a los dioses de los aspirantes. Ferrer ha sabido beber del vino olímpico y de la esencia del deporte y de su práctica manteniendo a medio país en vilo pendiente de su final en Miami. ¡Enhorabuena!
Y cuando termina, no hace trampas ni alardes. Felicita de verdad a su ganador, deja de hacer ruído, y se disuelve entre los senderos de la normalidad. Como un chico más que juega al tenis de élite y que hace todo lo que tiene que hacer para ser él mismo.
No hay que estar contrariado en exceso. David sabe que la desmoralización siempre es cobardía de traca, y se pone en pie más rápidamente que nadie sorteando las presiones. Habrá que decirles a los aficionados, que el deporte magno no solo es un gran negocio de club selecto.
-PORQUE LO JUEGAN PERSONAS-
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