miércoles, 17 de abril de 2013

¡ LES SEGUÍA !, ¡ LES SEGUÍA !



Brando salió del cine. Y ya en la calle, pareció sentir la necesidad de seguir los pasos de la gente que caminaba delante de él. Sí. Necesitaba sentir la compañía y la seguridad de ir tras sus pasos. Como si aquellas personas le fueran dictando el camino, o como si el temor propio de Brando le hiciera sentir vértigo y sin referencias a quien seguirle la estela.
Al principio, fue casi pura inercia. Ni se percataba Brando de lo que estaba haciendo. Se limitaba a dejarse llevar, a buscar alguna referencia, a emular a algo que tomaba una dirección, la que fuera, camino de algún lugar ...
Más tarde, Brando se dió cuenta y percibió tal necesidad. Pudo pensar       acerca    de    tal  característica. Debía ser miedo o inseguridad personal. Y, sobre todo, no era una buena decisión. Porque cada uno seguía su vida a su ritmo y a su libertad. No debía imitar ritmos, idolatrías, ni referencias ajenas a él. Se estaba equivocando.
Sin estridencias, Brando domeñó su andar y hasta se detuvo en su   caminar    por    unos   instantes. Y, de inmediato, se afianzó sobre sus propios pasos, y decidió él mismo marcarse su zancada y su libertad.
De esta manera, Brando caminó varias calles más, y respiró profundamente su oxígeno libre. Ése, sí era él. Su yo más auténtico y real. Él mismo en su verdadera dimensión.
Media hora más tarde, el rostro del hombre se puso tenso y preocupado. La libertad y sus senderos podían ser en efecto maravillosos, pero había muchísimos y no le era fácil el elegir.
Y comenzó a sentirse muy solo y descorazonado en el interior de sí mismo. Aún no había elegido su destino. Todavía no se sentía capaz de hacerlo. Por eso caminaba en soledad y en pleno desconcierto. Por eso necesitaba de los andares de los demás. Seguirles, emularles, imitarles, ver qué hacían y qué no hacían, y su incapacidad para gestionarse a sí mismo parecía un hecho irrefutable. Triste y hasta angustioso.
Brando se sentó en el banquito de un parque para pensar con más tranqulidad. Y decidió que se sentía inseguro, y que esa inseguridad le impedía hacerse a sí mismo y a un grupo afín. No lograba pertenecer realmente a ningún lugar, y éso no era nada acertado. Necesitaba  encontrarse a sí mismo, adoptar una nueva actitud y un nuevo acento, cambiar, modificar su modo de vivir, y en definitiva ser mucho más valiente y arriesgado. Atreverse.
Sus pasos. También Brando tenía pasos. ¿Cómo no iba a tenerlos? Sí. Su propia personalidad, su propia individualidad, su propia característica, su propia mismidad, su propia individualidad, su parte buena de las cosas, sus capacidades y sus creatividades. Debía sonreír y sonreírse más. Lo necesitaba.
Meses más tarde, sentado alrededor de una mesa con unos amigos, se lo confiaba todo Brando a la buena de Mariah. Y la mujer parecía mirarle sin creerle. Estaría su amigo de broma, dado que era muy dado a tales humorismos.
Y también Brando sonreía. Ya no seguía a nadie. Ya tenía su lugar en el mundo, ya estaban sus amigos ahí, ya había aprendido a planificar mejor su vida, sabía disfrutar de sus silencios y de sus palabras, de sus tiempos, y hasta de algún que otro exceso.
Ya no seguía Brando los pasos de nadie. Ni necesidad que tenía. Ahora se sentía fuerte y real, capaz de desterrar la desazón y de atreverse a vivir. Por eso Mariah le seguía mirando coqueta, bella y divertida. Y desde la mesa contigua, Charles le hacía gestos de complicidad, y Mark le invitaba a tomar un café, y todo había recuperado la lógica rica de su socialización.
Había tenido coraje, y sus frutos estaban ahí. Sabía estar con las demás y con los demás, se había vuelto tolerante y buen escuchador. Generoso, tranquilo y afable. Y en el interior de su sano corazón, habitaba una rosa de luz.
-BRANDO YA ERA FELIZ-

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