Casi súbitamente una estación de tren ha aparecido ante el horizonte de mis ojos sorprendidos. Una estación de tren. Una cualquiera, determinada y personal.
Por esa estación transitan muchos viajeros y variopintos. Unos están de vuelta de las cosas, y otros toman el tren que les lleva a retos nuevos y de aventura.
Mi tren. De repente me voy a las taquillas y me dan un billete. Solo de ida. De momento no quiero la vuelta. Porque la vuelta es esto que ya me lo conozco y que no me satisface en absoluto.
Suena un pitido enorme. Una luz al fondo. Pero nadie parece sorprenderse demasiado. En cambio, yo me pongo tenso al oír la acústica y el aviso de un tren que llega a mi vida. Que ya está en mi vida. Que, es mi vida ...
En el andén no se está mal, pero tampoco del todo bien. Y entonces lo mejor es no dudar. Casi trastabilleando por las incómodas escaleras, trepo al interior de uno de los vagones. Me aseguro de que se trata del tren de ida, y me es indiferente al principio la posición del vagón. Pero luego rehuyo los vagones primeros. Ir en un vagón de los de delante, parece que es como aceptar que te sabes las lecciones y los asientos, y que toda la experiencia va contigo y te acompaña.
Estoy en un vagón más bien de los de atrás. Me siento tras más dudas en uno de sus asientos. Hay gente, pero hoy hay asientos libres. A mi disposición. De modo que me siento en uno de éllos, y echo furtivas miradas a los demás viajeros. ¿Quiénes serán? ...
El reto es descubrirlos mirando hacia adentro de mí. Familiarizarse con ellos y con sus modos, con sus maneras, con sus habilidades y con sus decisiones. Mas me olvido de una cosa. Que el tren todavía no ha arrancado. Y en uno de los momentos en los que me impaciento nerviosamente y me pongo de pie, casi como en una magia repentina el tren decide ponerse en marcha. ¡Partir! ...
¿Partir? Sí. Volar. La inquietud me vuelve, y miro constantemente hacia atrás en busca de parajes seguros y conocidos. Pero todo es imposible. Por mucho que miro hacia atrás, no puedo detener la itinerancia. La aventura ha comenzado. Y yo, dentro de la aventura. Mi cabeza da muchas impulsivas vueltas. Me bullen mil pensamientos. Solo miro una y otra vez por las ventanillas del tren. Quiero saber por dónde voy, darme cuenta de lo que se va viendo, estar al tanto del camino. Y entonces apenas me doy cuenta de que llega el revisor del tren:
- Señor, ¿me enseña su billete?, ¿por favor? ...
- Ah, sí, claro, perdón, disculpe. Espere, que lo busco y se lo doy ...
- Tranquilo. No pasa nada.
- Tenga, señor. ¿Es éste? ...
- Okey, caballero. Todo perfecto. ¡Gracias!
Sí. Me dejan seguir en el tren. Mi tren. El tren de mí. Lo que quiero es conocer todas las paradas posibles. La primera parada, la segunda, la décima, y hasta la enésima ...
Al llegar a un determinado lugar, decido que voy a bajarme. Necesito caminar. No aguanto más. No quiero que una máquina fría de hierro me siga llevando. Quiero de nuevo poner los pies en el suelo, y notar el viento de la primavera chocando en mi frente y en mi piel.
Mas finalmente vuelvo a la parada desde la que me he bajado. Necesito volver a subir de nuevo. El próximo tren no va a tardar en pasar. Sí. Lo haré poco a poco. Sin agobios. Cuando me impaciente y nerviosee, entonces haré lo mismo. Bajaré y respiraré hondo. Pero seguiré trepando por las escalerillas y a tomar el rumbo imparable e inevitable.
Hasta que me acostumbre. Quiero ir en tren hasta que todo sea natural y me haga a las cosas. Y entonces me bajaré de dicho tren con la seguridad en mi interior, y decidiré mi rumbo y mi nuevo ser y estar. Porque yo seré un être distinto y mejor. Seré y estaré mucho más en mí. Y en tí.
-Y EN TOD@S-
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