Con paz en el hablar. Y con las ideas más claras que el agua. Sin hacer ruído, suavemente, sin el más mínimo estrépito, y con toda la enorme carga del maestro irreductible. Acaba de descansar o como se llame, el humanista admirable y viejo profesor José Luis Sampedro. Escritor, economista, y todo el amor de un ser humano lógico y sabio. Reflexivo y tierno. Sensible y lúcido. Generoso y cabal. Todo un maravilloso referente. Ejemplar e inolvidable.
El autor de "La Sonrisa etrusca" o de "El río que nos lleva", ya era muy mayor. Pero no sentía demasiado miedo a lo otro. A esa cosa de la vida que pone muerte. Porque era inteligente y potencia ideológica.
Dicen que fue uno de los líderes del Movimiento espontáneo y de libertad. Sí. ¡El 15-M! Algo puro, como una rosa que salió de los corazones agredidos y dignos.
José Luís Sampedro no hacía ruído, pero sus reflexiones eran un golpe de Frazier. Hombre bueno, y guerrero del pensamiento. Su sentido del humor era potente, y desnudaba a esos grandes mentirosos sin entrañas que han convertido la dignidad en su negocio, y la prostitución en un aparente neovalor.
El economista y profesor Sampedro no podía entender el despropósito de este capitalismo desfasado y obsoleto; hortera y falso. Afirmaba el viejo profesor que los seres humanos no deben estar al servicio del dinero, sino que es todo lo contrario.
Este hombre entrañable, era lógico y sereno. Certero y especial. Con sus cejas, y tremendamente delgado. Discreto, y a la vez inevitable. Sí. Finalmente lo dijo todo y con claridad. Como siempre. José Luis Sampedro nos dijo que solo había una manera de parar el miedo a la sensación de que salir a la calle o protestar no servía para nada.
Que, no. Que servía, y absolutamente mucho. Que si frente a esta barbarie neoliberal decidíamos callarnos como corderitos, que entonces esos tíos sí que se habían salido finalmente con la suya.
Sampedro, pensaba. Y pensaba mucho y bien sobre las nuevas generaciones. Sobre, los jóvenes. Porque él era joven. Siempre fue joven y claro. Eternamente joven cerca de la centena. Siempre decía que había viejos de veinte años, y que lo importante era la actitud.
La sabiduría del profesor era serena y demoledora. Él, instaba a todos a luchar por lo que es suyo. Por lo que es nuestro. Por lo social. Por lo que es de todos y nunca de los rapiñas.
Mas nunca se crispaba, y tenía una sonrisa como de estar ya de vuelta de todo. Ha muerto sin publicidad. Pidió que no se dijera nada de su muerte. Nunca le gustó ni el gran boato ni la gran loa. No creía en los héroes, sino en la sensatez y en la responsabilidad.
El profesor Sampedro llevaba el talento a los corazones extraviados y dudosos, y decía lo que pensaba con vehemencia pero sin perder los estribos. Por eso era maestro.
Yo quiero destacar aquí su humanidad y su puntería analítica. Su bonhomía de ser inteligente y tranquilo. José Luis Sampedro se levantaba suavemente de su silla, se iba al atril, y desde allí te decía el porqué de las crueles cosas que le pasan a este puto mundo adverso.
Y a continuación, se retiraba pronto e infatigablemente. Sin despeinarse, y con todo el sudor del amor.
Coño, con la cantidad de seres sucios e innobles que nos rodean, bastarían unas decenas de tipos como José Luis, para que las cosas comenzaran a cambiar. No es tan difícil ser bueno y sensato. O, al menos, así lo parecía cuando se escuchaba la mágica conciencia de su hablar de paz e ideas. Cuando escuchabas la voz del maestro, notabas una magia en forma de beso que estaba contigo.
-Y TE RECONCILIABAS CON MUCHA GENTE-
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