En los tiempos actuales siempre es saludable y profiláctico volver a la raíz y a la verdad del microcosmos.
Fue casual. El otro día. En el dial de la radio, todavía se respira un extraño y romántico aire de libertad. Nunca sabes del todo qué va a pasar, y al lado de previsibles programas de música disco y de consumo fugaz, puedes encontrar cosas rurales e inesperadas. De, siempre.
Era, fútbol. Pero nada de ese fútbol de élite y de masa ambiciosa y de algarabía. La presentadora era una chica de aquí de Valencia, que hacía una especie de Carrusel Deportivo casero y propio. Conectaba con campos de fútbol y en directo de la Regional Preferente o de la Tercera División. Y, había vida. Porque, ahí, en esos campos de Dios, siempre está la gran verdad del deporte y la gran sorpresa de la cantera y de las categorías inferiores. Sí. De los equipos de pueblo, de los de habla valenciana y castiza y de la boca de unos locutores eternos y amateurs, gritando peligro y goles de muchachos aparentemente inexistentes.
Nada de fútbol de mercado. La gente de los pueblos sigue yendo a sus modestos e incómodos campos con césped y calvas, y hasta de tierra cuidada con esmero y diferente éxito.
Es un micromundo real y apasionante. Hay mucha verdad. Nos cuentan los sucederes, con idéntica pasión con que hablarían del Valencia, el Levante, el Barça o el Madrid. Es la misma ilusión, los mismos sábados y domingos por la tarde, equipos preparados físicamente, y con sus futbolistas válidos y extremadamente aficionados. Aficionados a algo que les gusta vivir, practicar, contemplar, admirar, glosar, y hasta soltar por las ondas hertzianas. Es como un viaje al mundo del amateurismo y a la aparente falta de ambición. El gran motor del fútbol.
Estas personas que están dentro y alrededor del fútbol de Tercera División y de categorías inferiores, pueden valorar y alegrarse de la difusión de su fútbol. Y nos recuerdan que el fútbol está vivo gracias a ellos, y que a veces el capitalismo del balompié solo es el resultado de dicho manantial colosal de ilusión.
En esos equipos hay veteranos que nunca se labrarán un porvenir jugando al balón redondo. Pero también hay chavales jóvenes con toda la vida por delante para demostrar que son buenos y que lo podrían hacer mucho mejor si los magnates les dieran comodidad, recursos y posibilidades.
En mi Valencia, los internacionales Puchades y Claramunt salieron desde los pueblos y equipos de Sueca y Puzol respectivamente. Valencianos hasta la médula, y dos superclases.
Ese mundo olvidado me lleva a los mercadillos de otros tiempos, al contexto de los pueblos, a la familiaridad de esa vecindad que todavía lo sigue siendo, y que ahora solo es pasto y trasiego de ojeadores de equipos grandes y de marca.
Es hermoso y nostálgico poner esa radio eterna, y ver al tío del puro que se sienta en las gradas y hace chistes con sus amigos, o la seriedad de unos chavales que entrenan en terrenos casi de risa para que su campo de juego esté lo mejor posible el día del partido, y que se dejan ver, y que asumen que el foco de la tele no irá a verles así como así, pero que absolutamente todo vale la pena.
Escuchar la verdad y la sinceridad de un locutor local decir que un partido de Tercera: "ha sido sensacional", te hace sentir entraña y respeto por todos esos personajes que lanzan toda su sincera verdad, y que contrasta con tertulias populares de tipos oportunistas que solo hablan del fútbol de Messi y de Cristiano, y que se ponen el mono de forofo y se esconden entre la masa para decir lo que se desea oír.
No. En el fútbol de Tercera y de Regional, hay una verdad eterna e irreductible. Casi, mágica. Parece imposible que todavía estén ahí las raíces de los árboles altos que crecen y crecen para que nos aprovechamos de sus frutos coloridos. Mas lo importante es la raíz.
-ES BÁSICA-
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