Valió la pena el suave madrugón dominical. El gran Fernando Alonso tenía un nuevo regalo en el bolsillo en forma de magia y calidad.
Se ve que había dormido bien la noche anterior a la gran carrera de China de Fórmula 1. Porque salió rutilante desde su tercera posición en la línea de salida. Su genialidad, se abrazaba al calor y al espectáculo formidable. Como un torero en Shangai. Descomunal.
En Maranello, habían tenido lugar una puntería indiscutible. El Ferrari volvía a ser el gran coche bandera e icono. Iba bien por todos los sitios. Y, si a lomos del coche italiano iba un Alonso soberbio, aquello iba a ser tan inolvidable como contagioso. De hacer afición.
Alonso salió como un cohete, y ya no paró hasta el último banderazo que concedía la victoria. Ganó con limpieza y con una claridad de deslumbre. Porque mientras sus rivales se zurraban la badana detrás de él y entraban en choques y problemas, el campeón asturiano solo tenía ojos para mirar hacia adelante. Hacia el número 1.
Sencillamente, no podían con él. Solo se atisbaba alguna opción cuando le tocaba el turno de pasar por boxes para cambiarse de ruedas. Pero ayer todos los sueños de los otros eran pura fantasía. Ayer había en China un majestuoso "Emperador" de este deporte, y los demás parecían frágiles sparrings a su vera.
Fernando Alonso hizo hsta ocho adelantamientos. Les pasó a todos los peces gordos que cuentan para el título. Jugueteó con ellos a través de su imponente superioridad. Ver cómo pasaba en dos ocasiones al alemán Vetel o a todos sus demás contrincantes, es que acojonaba. Les sacaba de quicio y les devolvía a la realidad. Alonso era una máquina infernal.
Se permitió muchos lujos hoy el astur. Parecía dar igual el tema de las ruedas. Aunque se le desgastaban, seguía manteniéndoles e incrementando las distancias. Alonso hubiese ganado en Shangai hasta con ruedas de madera. Es igual. Volvió a boxes, le cambiaron los zapatos al coche, y siguió volando. Y si no lograba la renta suficiente para seguir en el primer puesto tras el cambio de materiales, daba lo mismo. Se acercaba a los de delante, se preparaba, y otra vez en cabeza. Una conducción genial, y un alarde prodigioso de quien se sabe en el fondo superior a todos. ¡De diez! ...
Ni Red Bull, ni McLaren, ni Mercedes, ni nadie. En un momento determinado, casi hubo que pedirle que no corriera tan deprisa o corría riesgo de dejar sin emoción y hasta en apuros a un Gran Premio como el de China con un excelente circuito y una afición feliz y multitudinaria. Gustan los coches allí. En la ex colonia inglesa, y en todo ese país/continente. La gente, se lo pasó en grande.
Los ojos más que bellos de la novia de Fernando Alonso le miraban alhelados, y los aficionados españoles nos quedábamos gratamente atónitos. "¡Qué tío!", "los está dejando en bolas a todos", "¡qué modo de correr!". Es el mejor, ¡coño! ...
Es lo que tiene nuestro país España. De vez en cuando, una individualidad puede cargarse todos los esquemas y las dificultades. Alonso se estaba divirtiendo, se lo estaba pasando bomba, era feliz con su imponente y bello Ferrari gobernando todos los ángulos de la carrera, y sometiendo a sus rivales. Nada de toserle.
Viendo al campeón español, parecía que conducir a esas velocidades era más sencillo, y que los ángeles no tienen choques ni contratiempos, y que alguien de la calle se puede meter en un bólido de esos y aspirar a todo.
Mas, no hay que engañarse. Fernando Alonso arrasó en Shangai porque es grande. Porque es un genio. Especial, inconformista, listo, potente, claro, brusco de ambición, y una maravilla en frente de un volante del Gran Circo de Ecclestone. Preguntarse acerca del porqué de su magia es como si elucubráramos sobre el porqué de Iniesta o del mito Nadal. Lo mejor y más práctico que se puede hacer con Fernando Alonso es verle pilotar. Éso, es un lujo sibarita.
- ¡ENHORABUENA! -
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