Recuerdo los primeros tiempos y los primeros momentos de mi llegada al Jardín Botánico, y lo que me costó llevar a mi madre allí. Todo era nuevo. Pagaba todos los días un billete sencillo, y luego nos informaron que había un pase de tres meses para los pensionistas y que permitían al cuidador entrar al recinto gratuitamente.
Y mis primeros contactos con la coqueta placita circular con su fuente y sus margaritas, y el descubrimiento de l@s cuidad@s y las ciudadoras, y las señoras que hacían gimnasia allí mismo en el sol y en el oxígeno. Fue hace un año. Hace justo una primavera. ¡Cuántas vivencias en tan poco tiempo para asimilar! ...
Allí conocí a una pizpireta boliviana que se llama Tere, que cuidaba a la señora Julia. Segoviana la mujer. Concretamente, del pueblo de Cuéllar.
Un día, la señora Julia se enfadó con Tere. No deseaba caminar. Y entonces su familia le prohibió la silla de ruedas. Era verano. A partir de entonces y para que no cogiera malos hábitos, la señora Julia caminaría de la mano de Tere y con el apoyo de un bastón, un rato por la mañana y otro por la tarde. Ya nunca más volvieron las dos mujeres al Jardín. Estaba demasiado lejos para la anciana.
Yo seguía en contacto por internet con Tere, y la cosa parecía ahí, pero nunca puede estar ahí. Porque siempre hay que cuidar el tiempo y su transcurrir. La vida es así. Y a la vida hay que acercarse, y tratarla y reconducirla. El otro día, Tere me dijo por el Facebook que a mediados del próximo mes volvían a Segovia.
He quedado con ella. Quería verla antes de que se fuese. Saludarla de verdad y con el aire en el rostro, y poder despedirme comme il faut , que dicen los franceses.
Sí. Cuidar el tiempo. Itero esta idea. Porque a escasos kilómetros, a un kilómetro de donde yo transito habitualmente, siempre habían estado Tere y la señora Julia. Y, están ...
Pero, a veces, hay una pereza extraña que te impide dar el franco paso. La señora Julia está mejor que nunca, y Tere igual de graciosa y con personalidad. Es una mujer luchadora y de ideas bien claras. Rápida, y sabiendo bien los terrenos que pisa.
A veces, cuidar a alguien te traiciona. Como yo, con mi madre y el tiempo. Ese tiempo que debo balancear y disponer mucho mejor.
Tere me ha visto, me ha dado dos besos, pero también me ha dicho sin decir, que los tiempos se mueven. Que todo es más fácil de lo que se puede pensar. Que no hay que meterle tanto drama. Oye, quedas y te ves, te das un abrazo, la amistad sigue, y luego cada uno se irá donde la vida le marque. Volverá, se irá, volverá, y así ...
Pero los tiempos de ocio, están para soltarse y vivir mucho más. Para atreverse y experimentar, para no dejarse llevar por los chantajes emocionales o por las vicisitudes.
Sí. Era todo bien fácil. Verse, tocarse, darse un saludo, quedar, o sencillamente lo que fuese. Y digo la noticia con la alegría de quien ha aprendido de la experiencia. De una experiencia tan aparentemente prosaica como vital.
Tere se ha alegrado, y José Vicente. Pero la alegría es una continuidad, una constante, una decisión, un reto y una elección. Hay que destrozar perezas y manías, prejuicios y timideces, y sencillamente sorber la vida hasta el último momento del sabor y de la lógica.
La vida se mueve, va y viene, no se estanca, fluye, ayer fue hace dos siglos, la renovación es una obligación, las batallitas de abuelos se pierden en un aburrido Lar del Jubilado, y solo vale el viaje y la vivencia.
A veces pasan desapercibidos entre los novatos en la vida, mil recursos útiles y prácticos. La determinación de Tere y su empaque con el tiempo que pasa volando, me permiten ver las cosas con una mayor y real perspectiva. Me he alegrado, pero nada extraordinario pasó. Porque la vida no te permite demasiados parones. Si no quieres que te venza la pereza y el miedo.
-GRACIAS A LA VIDA-
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