Acostumbrado a la pertinaz sequía del invierno valenciano actual, ayer nos sorprendió una copiosa y maravillosa lluvia primaveral, necesaria y vital, la cual fue oportuna en su aparición incluso para la festividad fallera de mi Valencia. Tras quemarse las fallas, hizo su entrada.
Treinta litros por metro cuadrado. Y mi madre, se las prometía muy felices. Pensaba que hoy, al estar el piso mojado y embarrado en el Jardín Botánico, no la sacaría a pasear, como mandan y me aconsejan los cánones médicos.
Bien al desagrado y a la protesta, he tenido la osadía bélica de lograr vestir a mi madre, sentarla en la silla de ruedas, y acercarla suave pero firmemente a ese lugar de quietud y belleza, que es el referido y habitual jardín. La viejita, me insultaba y descalifaba. Yo, me estaba saliendo con la mía, y éso era y es inadmisible para ella. ¡Ay, señor! ...
Al llegar al sitio habitual en el que concurren algunas señoras con sus cuidadoras, y en donde hacen gimnasia y ejercicio sano y recomendable, mi madre seguía enfadada a pesar del precioso sol que la iluminaba, y de que no había barro ni molesto viento. Sino un perfecto día de primavera para soltarse y salir.
Su venganza, estaba servida. Hoy, no se levantaría de su silla de ruedas al llegar al lugar mágico y habitual. ¡Castigado, José Vicente! Mi madre no iba a obedecer hoy a nadie. A mí, nones que nones. Sencillamente, no. Y de ahí es que no la sacas, ¿eh? ...
La habitualidad, me sirve para conocer a las demás ancianas y a sus cuidadoras, todo ternura y magia, y a través del calor común he intentado que las chicas convencieran a mi madre de la conveniencia del paseo en el bellísimo camino, dentro del gran jardín universitario de la calle de Quart.
¡No, y no! Todo parecía perdido. Las demás cuidadoras, con una sonrisa, me indicaban que tuviera paciencia, y que hoy no se iba a lograr nada con mamá. De modo, que hemos dejado en paz a la mujer. Que hiciera lo que considerara más oportuno...
Excelente noticia para élla. Mi madre volvía a mandar, y coger las riendas de su destino. ¡Fuera todos los intrusos, yo incluído! Por fin recuperaba su autonomía y volvía al tiempo de la no dependencia de absolutamente nadie. A hacer lo que quisiera y le viniera en gana ...
Cuando se ha hecho la hora de irnos, mi madre tenía otra mirada y actitud. Me decía, que quería ir ahora a pie hasta la salida del recinto botánico. ¿Ahora a pie, mamá? ...
Poco comentario. Aprovechemos el cambio de chip. Mientras con una mano llevaba la silla de ruedas, con la otra ayudaba a mi madre y su bastón a caminar entre la senda de hojarasca botánica, camino de la puerta de salida. La niña traviesa, había reflexionado.
Cuando al final le he preguntado por su cambio de actitud, me ha dicho que no recordaba haberse negado a caminar. No hay discusión. Si mi madre no se ha negado a andar, entonces no lo ha hecho y punto. No vaya a ser que se arrepienta, vuelva a enfadarse, y mañana desee hacerme la misma traviesa triquiñuela.
Lo que pasa, es que estas cosas me hacen aprender a conocerla mejor, y me reconcilian con mi función de cuidador. Ella no quiere verme triste. A su estilo y haciéndome rabietas, pero sabe y quiere complacer mi esfuerzo, y premiarme finalmente con su lenta pero segura obediencia de mamá/hija. Y sabes que te lo agradezco, y que haces que tome con renovada ilusión el oficio y el reto de seguir tus juegos de mayor.
-PERO NO TE LO DIGO POR SI TE ENFADAS-
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