¿Que el lunes es festivo y tenemos puente?, ¿que no lo tenemos? Es igual. Yo lo que sé es que no aguanto más y que esto es el espacio de la vida. Voy a superdesconectar. Me da igual la crisis y quien la inventó. Ya es fin de semana. Me largo. Necesito escapar, huír, soñar, hurgar, conocer y explorar. Tomaré mi auto y ¡ahí os quedáis! ...
Sí. Ahí están sufriendo las ruedas de mi coche, apretadas contra el duro asfalto. Que sufran mucho. Hasta mis bolsillos, de lo cara que está la gasolina. Pero lo siento, me voy. Porque me apetece largarme, porque sí, porque es mi libertad, y porque no pienso darle explicaciones a nadie. Casi, ni a mí mismo.
Oxígeno, paz, yoga, masajes, adrenalina, buen tiempo, puenting, lluvia sobre el paraguas, esquí, playa, televisión, y todo lo que pienses. Mira que no hay para elegir. Elegir para vivir. ¿Y si no me da la gana el irme a ningún sitio, quedarme aquí, e igualmente no darle explicaciones a nadie? Pues, es otra opción.
Sí. Mi verdadera opción, es la libertad. No puedo soportar las cadenas de la obligación y de la rutina. Las piernas de mi cuerpo se mueven. No puedo estar quieto. Necesito navegar sin rumbo fijo, escapar hasta de mí mismo, y hasta hacer las locuras de un adolescente malcriado. Quiero soñar más, e imaginar dibujos de ángulos con vampiresas en bikini, y ser el novio de la actriz más hermosa de Hollywood, o sencillamente amigo de esa chica rubia de la barriada que tanto me gusta.
La playa, la paz, la caricia del sol sobre mi piel, el frescor del mar en Marzo, escribir lo que me plazca en el más furtivo e inesperado jardín, o dar un salto de bailarín en medio de una gran y respetable plaza. Quiero darle un buen golpe al tedio.
La montaña, el árbol a cuyos pies hay una planta que sabe a tomillo, descubrir otros parajes, otros senderos, otros acentos; otros caminos que me lleven a la ciudad de la felicidad y de la sonrisa.
París, Londres, Méjico, Acapulco, Valencia, Madrid, Tegucigalpa, Pekín, Tokyo, Barcelona, Sevilla, Moscú, San Francisco, California, etcétera, etcétera. No. El mundo no es un pañuelo pequeño ni cerrado.
En absoluto. El mundo, es un escaparate inmenso para decidir el placer y la decisión personal. Hay mil sitios para amar, para estar, para ser otra cosa, para convertirse en explorador agudo de uno mismo, o incluso en astronauta de un tiempo sexy de ilusión.
Unos cuantos días de cambio. Profilaxis, higiene, conveniencia y sanidad. Salir del aldeanismo y conocer pueblos y montes, árboles y climas de sorpresa, huír de la calle de la cotidianeidad, comprar en el mercado desconocido, agarrar un autobús que no sepamos ni a dónde demonios se dirige, perdernos por ahí, aventurarse y arriesgarse a mandar todo a hacer puñetas y a la demora, transgredir los límites de la fecha sellada, y efectuar una minirrevolución lo suficientemente gratificante para afirmar sin rodeos que todo ha sido capaz de valer la pena.
-POR ESO QUIERO VIVIR-
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