martes, 7 de diciembre de 2010

- AFUERA -

Ángel se despertó en medio de aquel cuartucho oscuro y cutre. Le vigilaban, dos personas. Le condicionaban su libertad, dos seres enajenados y peligrosos, los cuales no deseaban que se moviera en aquellas primeras luces que da el alba. Casi, ni que respirara querían. Sí. Oscuro. Todo estaba oscuro en aquella habitación. Pero aquel día, Ángel no se amilanó. Se puso de pie. Y se levantó. Y a continuación decidió ir al aseo. Al pasar por delante de uno de los dos seres enajenados, se encendió una luz amenazadora. No querían que se moviera, que andase por la casa, ni que su cuerpo abrazara la libertad de su propia dignidad, independencia y autonomía. Pretendían anularle. Pero Ángel ya no tenía miedo a los dos seres oscuros que rompían y ponían su bienestar y su vida en un brete obstructivo. E hizo caso omiso a la advertencia amenazadora. Así es que se aseó, hizo sus necesidades, y se vistió. En el medio de aquella casa, seguía mandando el silencio tirano y la oscuridad asfixiante. Todo lo que hiciera allí, o ideara, sería inmediatamente censurado y rechazado por los dos seres de oscuridad. Pero, ganar la puerta de la calle, no era nada fácil. Salir de aquel lugar infecto, representaba un desafiante acto de valor. De modo que Ángel volvió decepcionado a tumbarse en el camastro ridículo de aquel cuarto sin vida ni esperanza. Y caviló mucho. Reflexionó largamente acerca de su supervivencia. Hasta que una fuerza interior le llevó a moverse definitivamente. Debía salir de allí como fuera y a pesar de quien fuera. Sí. Afuera. Logró Ángel regatear la resistencia de los seres de la oscuridad, y llegó hasta la puerta. Afuera estaba su porvenir y su yo. Al otro lado de la oscuridad, estaba él mismo con todas sus posiblidades. Porque afuera hacía buena temperatura, buen paradigma, y se podía respirar. Podía mover con libertad sus manos, piernas, y todo su cuerpo. Podía sentirse libre, e imaginar sueños quizás algún día realizables. Afuera habían muchos caminos. El asunto era resolver cuál de todos ellos le convenía más a la salud y necesidad real del asustado y atribulado Ángel anónimo. Hasta que, finalmente, el hombre escogió uno de los caminos. Uno al azar. Se hallaba totalmente desorientado a pesar de que ya podía respirar, y no como sucedía en el interior de aquella casa de la que había logrado salir indemne. Lo estaba pasando mal. Y en ese momento, se hizo de día. A Ángel le acompañaban afuera finalmente las luces del alba. Podía ver los pros y los contras de los caminos. Saber, en dónde se hallaban las piedras, y también vislumbrar el camino plácido y abierto de la vida real. - ¡PERO SOLO AFUERA! -

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