Era rubia y señorial. Tenía presencia y conservaba buena parte de su antigua belleza. Decía llamarse Vanetta, ser del Este europeo, y aparecía ante mí como una persona seria y concentrada en las lecturas de los libros que se traía al parque en donde coincidíamos. Gafas, silencio y lectura.
Descubrir la verdad de la madura Vanetta no podía ser fácil a la vista de su porte casi hierático y distante. Lo que pasa es que ella estaba demasiado sola en mi país. Y aunque no echaba de menos demasiado su casa de los Cárpatos, estar sola y como desplazada nunca termina de llenar como opción.
Un día no sé cómo ni porqué abordé a Vanetta. Quizás fuese la seducción de un cabello demasiado rubio y coqueto. Y ella me miraba al principio con agudeza y atención. Y también con curiosidad. Y yo descubrí que le gustaba que la hablara, que era educada, y que si tenía que dejar de leer sus libros para soltar de nuevo en mi empatía su sonrisa real parece que ya olvidada, Vanetta dejaba de leer y sacaba su femenina coquetería.
Luego, me hablaba de su familia y de los suyos, de su viudedad, de que el pasado la había dejado demasiado tocada, y que prefería el vivir cada día con una nueva esperanza construída y sin pensar demasiado las cosas.
Impecable discurso hasta defensivo y cortés el de Vanetta. Pero me sorprendió que tras su experiencia de dama segura, se escondiera un atisbo de frivolidad y quizás de escaso misterio. Sí. Contradictoria, Vanetta. Podía hablar y hablar durante mucho tiempo, para no decir cosas demasiado trascendentes. Era un verbo anodino.
A mí me halagó su aceptación y más cuando quiso que nos intercambiáramos los teléfonos. Ella sonrió como una chica juguetona, y nos mandamos algunos mensajes cómplices. Creo que jugábamos a un deseo libre. Pero yo nunca sabía que Vanetta tenía demasiados miedos. El más grande, a enamorarse nuevamente. Por eso descubrí que la señora madura también podía ser una barbie bella y sensual. Siempre sería sensual ...
Me decía que yo era una buena persona, y me aceptaba la cercanía física. Le gustaba aproximar el cuerpo al mío, y que yo la dijera piropos y hasta delicadas lindezas íntimas y cómplices. Sí. Le gustaba todo ese juego preliminar y casi de playa adolescente. Y el sol de mi país, y todo el calor, y su desinhibición para captarme el deseo. Vanetta no parecía tener demasiados prejuicios en cosas del afecto, y se mostraba cariñosa y cordial.
Lo que sucede es que su cabeza estaba en otro lugar. Quizás, en muchos. Era mujer y libre, quería agradarme, agradarme mucho, hacerme ficción con su curvo cuerpo, y toda la facilidad aparente y física. Pero ...
Una niña grande. Eso era Vanetta. Una niña a la que le faltaba la iniciativa de un varón al que deseaba tener y con el que soñaba estar. Recuerdo que no comprendía del todo bien mis picardías e ironías, y al decirle un día que nunca yo le había visto las rodillas dado que siempre llevaba pantalones, Vanetta hizo amagos claros de subirse las perneras para así mostrarme sin pudor y hasta delante de mucha gente su belleza en tal zona de su cuerpo. Porque era generosa y caliente, complaciente, y un tanto reprimida. Necesitaba mostrarse de nuevo mujer sexy y real, capaz de estimular de nuevo a otros hombres, e intentando en ella arrancarse el peso de su pasado y de su viudez.
Pero siempre era inconclusa. Cuando estaba a punto de mostrarme su piel, se revolvía contra sí misma y se daba cuenta de su audacia excesiva. Y, lo dejaba.
Finalmente, noté que se contenía mucho a sí misma. Aún no parecía preparada para abrir su realidad y su corazón. Prefería ser niña ligera a mujer plena. Apostaba por una pose de mujer juguetona y superficial, en perjuicio de ella misma. Y se cansaba de todo. Pasaba páginas al azar y con velocidad.
Vanetta buscaba dentro de su reflexión autovedada un tiempo de aventuras rápidas y de sonrisas atractivas. Por eso dejé de llamarla, y espacié los tiempos. No me ofrecía novedades, y eludía las propuestas y los compromisos decididos. Simplemente, jugaba a no ser del todo ella. A gustar, a sonreír como una adolescente mayor, a ser cortés y educada, y a reír en mi juego de seducción. De modo que como todo lo fugaz e inconsistente, se fue apagando. Y un día dejé de verla. Quizás nunca decidió mostrarse y nunca estuvo.
-ES MÁS QUE SÍ-
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