miércoles, 8 de enero de 2014

- AYER ME CAÍA LA TARDE -



Fue duro y hermoso a un tiempo. Durísimo y real. Era la tarde de un potente festivo, y al llegar a mi casa entrañable me percaté del tremendo silencio que parecía atrapar al lugar. Y me sentí realmente mal. Pero, luego, mi dolor avanzó hacia una especie de extrañeza ansiosa.
Excelente nueva noticia. Algo se movía en mi interior. Porque empezaba a evaluar lo que realmente estaba sucediendo. De modo que escondí mi malestar y me puse a pensar. Y deduje que aquel tremendo y hasta molesto silencio, era lógico y de consenso. Nadie se quejaba por la situación, y nada especial parecía estar pasando. Entonces, ¿por qué yo no podía soportar aquella tarde? ...
Reparé en los tiempos de ocio. En la planificación y en la estrategia. En la calle no habían grandes movimientos de vehículos. Y eso respondía a dos razones fundamentales. A que, o bien la gente no se hallaba en la ciudad, o que se encontraban descansando en su casa sin hacer ruído y cogiendo fuerzas para el laboral día siguiente.
Me alegré. Estaba volviendo a mí. Porque la conclusión que sacaba era obvia y jugosa a un tiempo. Hiciesen lo que hiciesen mis vecinos y la gente en general, estaba marcado por la idea de la satisfacción y del pleno ejercicio de su libertad.
No se agobiaban por estar metidos en casa. Al revés. Les era grato estar en sus lares con sus parejas o sin éllas. Y quien había podido, había aprovechado el festivo puente para viajar a estar con su grupo amical. Pero desde luego, era evidente que no se sentían demasiado mal allá en donde estuviesen.
En otras palabras, que mi planificación de mi tiempo de ocio había sido extremadamente raquítica y absolutamente insuficiente. Y, casi en desesperación, me lancé sobre el ordenador a la busca de soluciones. Aunque ninguna me satisfizo inicialmente, mi noticia es que podían haber doscientas alternativas o paliativos de mi tedio.
Sí. Había tiempo. Las pocas horas que me deja mi madre tener mi tiempo, las estaba usando mal. Había de todo. Posibilidad de ir al cine, opciones para conocer gente nueva para hacer amistad, sexo del puro y duro, excursiones, citas individuales, discotecas, lugares de baile, o mil millones de cosas más. Como por ejemplo bajar a un bar cercano, pedir una cocacola y ver gratis el partido de pago del Real Madrid, del Barcelona, o del equipo que fuera.
Sentí ganas de vivir y de moverme. De acercarme a los otros. Y entendí que todo dependía en gran parte de mí. Y ahora tengo más claro que nunca que yo y solo yo había sido el causante o generador de aquel vacío en la tarde festiva. Porque no me había atrevido a vivir, a contactar con gente en mi situación, porque no había sido capaz de hacer por mí, porque me había atenazado el miedo y me había colocado en el patíbulo de mi descontento y de mi vacío.
Ahora, la tarde de los fines de semana la entiendo mucho mejor. Porque empieza el lunes a fraguarse. Y, el martes, y el miércoles, y el jueves, y todos los días previos. Los festivos solo son tiempos de recogida de la siembra. Y capté la lección, asustado y feliz. A la vez.
El próximo fin de semana seguramente lo pasaré mal. Muy mal. Pero habré sido yo. Y sobre todo, nada me extrañará en exceso. Ya conozco la gran lección. Con silencio o sin él, los otros nunca se quejarán. Están en lo que están, con sus pros y sus contras. Eligen y viven. Deciden y descartan. No se enfadan con el mundo, y lo que hacen es encarar sus tiempos y darles salida de satisfacción. Ordenan adecuadamente su vida, y salen airosos construyendo su presente que es su futuro. Y son listos, coherentes y lógicos. Aprovechan su tiempo y su vida de placer.
-MIENTRAS YO AÚN ENTRO A VIVIR-

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