miércoles, 29 de enero de 2014

- LA VENTANITA CÓMPLICE -



Antes de acostarme. Llega la paz. En el ordenador en el que mato el tiempo y escribo, aparece una ventana pequeña y cómplice que se abre para mi realidad y para mis sueños. Es una mujer. Es, élla.
Yo recibo su presencia con entusiasmo inicial. Con excitación y hasta euforia. En ese ordenador que está poblado por millones de personas, solo hay una ahora. Y la excitación inicial deja paso franco a una grata realidad.
Esta mujer no solo son unas letras que me escribe, o una complicidad mutua y aceptada. No. Esta mujer es de carne y hueso, y una persona, y con sentimientos, y con su universo personal. Un regalo y un tesoro para compartir.
Ella viene a mí y yo a ella. Porque el ordenador puede ser potente y auténtico, y las palabras huecas y corteses pueden convertirse en hechos que se construyen y que se solidifican. Son unas letras amigas de una persona grata y libre que desea el encuentro con mis letras. Y cuando dichas letras se juntan en el interior de la ventanita cómplice, todo se hace cercano y cálido. Incluso los silencios lo son. Porque el azaroso destino ha decidido que así tenga que ser.
No parecen haber demasiados secretos. Ha sucedido el respeto y el placer de compartir un tiempo en el que los demás apenas pueden intuírse o existir. Es nuestro tiempo tras los duros trabajos, es nuestra coincidencia en el estar ahí diciéndonos cosas que nos gusta leer y expresar. Es el momento de disfrutar y de pasarlo realmente bien. De cuidar esa inicial relación y de profundizar paulatinamente en ese gusto casi mágico por estar juntos. Sin nadie más.
Ya es mi amiga. Y yo soy amigo de ella. Porque la diosa amistad así lo ha querido y porque nosotros dos hemos obedecido a tal sentimiento cómplice.
¿Qué pasará mañana o más adelante? Ni a ella ni a mí nos importa demasiado. Porque estamos construyendo con placer un futuro. Y solo nos interesa el presente de indicativo, el respetarnos, el reírnos, y el disfrutar de cada segundo.
Yo respeto a esta grata mujer. No juego con ella. Es lo último que se me ocurriría. Porque todo esto es un regalo de la vida que he de conservar a través de mi naturalidad y autenticidad.
Ella me va conociendo día tras día. Sus capas cautelosas de cebolla pueden abrirse en la medida que llega el calor y el bienestar. Y entonces lanzo mi audacia masculina y ella comprende mi subida de las hormonas. Pero sabe pararme y contenerme. Y yo obedezco sus sugerencias.
Me siento bien en esa ventana nocturna y natural. Y me siento bien porque ella se siente bien, y todo esto me halaga y me reafirma. Es ella y cada vez es más ella, porque me la sé más y ella me sabe más a mí.
Hay como un imán de atracción. Y podemos hablar de lo que sea o haga falta, pero es un lenguaje especial. Es el lenguaje del estar juntos, de posicionarnos en esta bella idea, de sentirnos muy bien ahí en dicha ventana, y de mantener el placer y el deseo de que esto siga y se agrande.
Como la vida fuera del ordenador. No hay ahora diferencias. Las letras son sus manos, o sus cabellos, o su femineidad, o su vitalidad, o su ilusión, o su gratitud audaz y propia.
Y en mí se despierta una fuerza orgullosa y renovada, una ilusión nueva que puede tocarse, una tranquilidad de espíritu, y muchas ganas de que vuelva la noche y la ternura. Y muchas más noches, y muchos besos y saludos, y más ilusión de Noche de Reyes, y mucha realidad cotidiana, y todo el respeto y el olor a tomillo mojado del campo tras una lluvia más que oportuna.
-COMO TÚ-

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