La gente fue al campo ayer para verle. Partido de Copa menor ante el buenismo del Getafe, y trascendencia menor y previa ante el partido de verdad que es el del domingo en el Vicente Calderón de Liga ante el rutilante Atlético de Madrid de Costa y Simeone. Pero el de ayer no podía ser otra cosa mediática de todos aquellos que tenemos la manía de que nos guste el fútbol de los sibaritas. No solo del del gran Barça de Iniesta o Neymar. No. ¡Queremos a Messi! ...
Tras unos primeros minutos fantásticos del equipo de Martino, el partido se volvió anodino y pesadote. Y nuestro pensamiento se nos iba hacia las dudas y hacia algún porqué. El entrenador no había sacado inicialmente a Leo, y eso suponía esperar y refunfuñar. Nos consoló levemente el partidazo de sombrero que se marcó Cesc Fábregas, con una personalidad de tronío y carencia del estímulo espectacular para las teles. Menudo jugadorazo es, un Fábregas, capaz de jugar de falso nueve o de verdadero centrocampista, interior y de lo que haga falta de centro del campo hacia adelante. ¡Enhorabuena! ...
El banquillo fue la gran estrella y el gran caramelo del choque copero. En su interior y al lado del juguetón y pícaro Piqué, el astro argentino seguía el partido y con unos tremendos deseos de salir a liarla.
Cuando los azulgrana se adelantaron a dos goles a cero, el gran foco se iluminó y la gran alfombra roja se dispuso. "Tata" le dijo a Messi que a calentar y a salir. Y todo lo sucedido con anterioridad se nos fue olvidando. Es cosa de prioridades. Venimos a disfrutar, y ahora tenemos el mejor momento para darle al goce.
Se levantó Leonel. No está ni gordo, ni lesionado, ni fofo, ni patizambo, ni lentorro, ni gaitas. Está bien y curado. Sin miedo. Corre y corre, y nada se sobresalta. Vuelve a ser él.
Treinta minutos estuvo en el campo. Al principio, extraño y desconcertado. Solo acababa de pasar por allí y ya le rodeaban infinidad de brazos y de piernas. Su sola presencia metió al Getafe al recule y a su área. Daba temor que hiciera una sangría y en seguida.
Pasaba el tiempo. Los espacios milimétricos y escasos no daban para demasiado. Pero eso ha de ser y es un reto para el gran Leo, recibido con una ovación justa y majestuosa. Ha trabajado su cuerpo y ha recibido el renovado regalo de su grandeza.
Todo está en el sitio de su instinto. Primero se topó con un balón perdido en el área y la pasó adentro de la red. La sonrisa se comió a los prejuicios y a las tensiones. No estaba acabado, y a quienes les cae mal andarán hoy con la voz queda y la cabeza baja.
Leo Messi se enganchó a su sonrisa y se soltó las amarras. Y comenzó a correr. Y se hizo un cambio brutal de ritmo con el balón cosido a la bota, que solo es cosa de un genio como él. Se fue por velocidad como un rayo imparable, y los otros a mirar sus diabluras. Y en una de estas carreras logró un fenomenal gol, el cuarto de su equipo, su segundo en la reaparición corta, y lo que fuera le salió fetén. Ha vuelto la chispa y la electricidad. El gran nombrado y añorado ya está aquí para hacer trizas a sus rivales. Y, con una sonrisa.
Le faltará ritmo de competición. Habrá que esperarle en este sentido. Pero yo me alegro de ser su admirador. Es un genio. Me pone bien que salga al campo y que rompa aparentes retos imposibles. Me parecen muy bien las tácticas y las estrategias, pero creo en el individuo y en su libertad. Me maravilla esa anarquía fascinante y mágica de este muchacho pequeño y colosal. Porque convierte al fútbol en mucho más.
¡OLÉ, PIBE!
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