martes, 28 de enero de 2014

- LA HUMAREDA -



Manuel Zoms es listo y hasta tiene un peculiar sentido del humor. Quizás porque no es capaz de sacar al exterior sus verdaderos sentimientos. Y aunque no es feliz, pocos conocidos se atreven a emitirle un diganóstico en contra. Para ellas y ellos, Manuel Zoms es una persona más o menos como los demás.
Pasa desapercibido. Eso es lo que pasa a Manuel. Que además de que le conviene pasar por el mundo lo más desapercibido posible, a sus demás tampoco les gusta que pudiera andarles con monsergas de dolor. Porque lo triste tiende a alejar.
El mediodía. La hora de comer. Ese es el mejor momento para saber gran parte de su verdad. O, de intuírla. Porque es cuando Manuel Zoms se muestra más desnudo y vulnerable en su realidad. Que no es precisamente una realidad previsible. Al menos, aparentemente.
Porque Manuel sale del trabajo y se mete en su piso. Y entonces le interesa únicamente un mundo especial. Y ese mundo se halla bastante lejos del mundo real y se convierte únicamente en un deseo fantasioso, personal y patológico.
Y Manuel se pone unos auriculares y escucha las emisoras en donde hay violencia hacia quienes no soporta. Y hace gestos compulsivos con la boca y con la lengua, parece que juegue con dicho apéndice lingual, y suelta toda su libertad gestual.
Y como no le gusta cocinar ni cualquier comida le agrada, entonces decide freírse un trozo de pollo. Unos trozos. Y lanza aceite sobre una sartén sucia y quemada, y trata de disimular en lo posible la escasa higiene de su cocina. Por eso enciende el fuego al máximo. Ese fuego, que cree necesario y hasta purificador. Y mientras se hace atropelladamente una ensalada, se centra en lo que escucha en sus oídos procedente de sus tramposos y silenciosos auriculares, y se desentiende de lo que va pasando con la sartén, el aceite y el fuego.
Hasta que el humo gana terreno tras hacer un inicial acto de presencia. Pero Manuel Zoms se encoge de hombros y decide no mirar. Le es igual que la cocina sea una humareda. Todo le es igual. Lo único que le interesa es que el pollo que tiene en la sartén se fría hasta extremos casi inauditos.
Casi todo quemado. Así le gusta el pollo a Manuel Zoms. Y el horno resiste como buenamente puede. La sartén no puede estar más quemada y para tirar, y eso relaja a Manuel. Ya no puede el cacharro de cocina estropearse más.
A la sartén, hace meses que le falta el mango. Pero eso no parece tener importancia. No cambia nada. No piensa Manuel en ir a una ferretería a comprarse una nueva. Si lo hiciera, no sería una buena inversión, decide. Porque a las dos semanas ya estaría quemada. Y para eso no se compra nada nuevo y se sigue con la inercia de lo que ya se tiene.
Manuel convive bien con la humareda. Abre las ventanas de su patio de luces, y el humo tiende ligera y poco a poco a escaparse. Y ni siquiera el hombre se afana en poner el extractor del humo. Y el ruído de dicho extractor podría llamar la curiosidad de alguno de sus vecinos. Por la tanto, mejor el silencio.
Media hora, quizás una hora más tarde, ya no hay humo en la cocina de Manuel Zoms. Y el pollo casi carbonizado ya está en el interior de su estómago. A Manuel le gusta así. Quemado. Es un sabor que no se sabe muy bien por qué le agrada, pero tampoco él le da demasiadas vueltas a los porqués. Sus cosas son así. Él, es así.
Y al día siguiente habrá en su cocina una nueva humareda. Y más pollo, y más auriculares que escupirán tertulias reaccionarias y hasta violentas.
-COMO LO ES ÉL MISMO-

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