miércoles, 22 de enero de 2014

- LA CIUDAD DE ORO -



En ese remoto lugar. En esa aventura que no está en el mapa. Ahí donde parece que solo existe la magia de la ilusión, se afirma positivamente que está sito un lugar especial y siempre inesperado. Como un hechizo o un encanto. Como un exotismo bien difícil de creer.
Porque en esa ciudad todo es y está de de oro. Être d´or, que dirían los franceses. Todo es de oro. El alcalde dirige los destinos de su pueblo y apoya sus brazos en una mesa de dorado metal. Y sus asesores y cercanos tienen bolígrafos dorados, y lápices de esa misma característica y valor. Y las calles son de oro, y los sudores de los niños que juegan en las calles se parecen mucho a una cascada o expresión áurica.
Las mujeres doradas, sus pieles especiales y hasta equívocas, cobrizas y elegantes más que todo, poderosas, y a la vez inevitables y bellas. Los hombres visten ropa tejida con oro maleable y trabajado, y renuncian a otros colores y metales de segundo nivel u orden.
Las casas y las edificaciones son todas de oro. Un sol ilumina permanentemente los exteriores de los lares, y por ese reflejo puede intuírse qué hora es y cuándo queda poco o mucho para que llegue la hora de la nocturnidad.
Mas también los interiores de las casas son sorpresas de oro. Y no es necesario centrarse en las joyas o en la orfebrería. Hay mucho más. Las paredes están hechas de oro, las lámparas son de oro, y el mobiliario triunfa en magna suntuosidad dorada.
Porque no parece existir en esta ciudad del oro la vanidad o la contención. Ahí reina el metal grande por excelencia y a pesar de todas las voluntades y de los deseos. Los maledicentes hablarían de una suerte de fatalidad de oro que todo lo domina y posee. Que, están condenados a su oro puro y a someterse a los destinos aúricos del azaroso poder que invade y secuestra de otras opciones a la ciudad singular.
Animales de oro, plantas de oro, doradas las montañas y también los valles. Y por supuesto los fluídos y los besos. Porque los besos son de oro. De hecho, siempre y en todo lugar lo son cuando son reales. Aquí, los labios de los enamorados son dorados, y los deseos tienen ese mismo afán, y el juntar las bocas en el amor suena a magia de oro. Y dicen que la impronta y el todo de oro se unen en un solo paradigma embriagador y ubérrimo.
Las sacerdotisas de oro, así como los atletas y los albañiles, y las nubes tienen color a ocaso y amanecer. Y los árboles dan frutos de oro, y el sabor es oro puro, y el placer queda dominado por el oro intenso y casi de fuego.
El rubor es de oro así como las lágrimas, y hasta los gestos y los movimientos son dorados. El dolor también es de oro, y la sangre nunca es roja ni azul sino que lleva pepitas en vez de leucocitos o hematíes. Y los doctores llevan batas doradas y los danzarines se maquillan y juegan con el oro que crean desde sus coreografías porque dicho oro es su dios y su gran señor. ¿Su tirano? ...
Risas de oro. En esta ciudad que parece imposible imaginar siquiera, las risas suenan a excelso sonido superior. Y los niños lloran oro al nacer, y sus madres sonríen al parirles con esa misma sonrisa convencida y dorada.
También la muerte. Porque las muertes están en el oro y en la asunción y gran consenso de que al otro lado de la vida hay un cielo y hasta un infierno dorados. Y el bien y el mal son de oro, y hasta la democracia es de oro, y los campos de labor son esforzados y dorados, y de tal color y metal sus cárceles y castigos.
El más allá es de oro y también el pensamiento. Porque allí nada que no sea el oro tiene cabida. Y quien apuesta por otros metales y cromatismos es castigado cruelmente a no vivir en el oro sino en la más deleznable miseria que parece antitética y fuera de cabida. Si algún día te encuentras con esta ciudad, solo tú podrás decidir si también es de oro tu libertad.
-Y ME LO CUENTAS-

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