La antifamilia. Esa parece ser la gran tesis y el nudo gordiano. La familia como pose o pega. Como algo que a veces se pone ahí y se institucionaliza porque casi no hay más remedio. Y todo aparece como falsario, triste y hasta demoledor. ¿El amor? Todo condicionado, carente, embustero y resignado.
En medio de la casa o del lugar, del gran nido incomunicado y casi siempre vacío, hay una casa. Una potente y clásica casa. Pero para poder acceder siquiera al lugar, hay una carretera enorme y tremendamente distante y rodeada de desierto. Rectas y soledad. Oklahoma. Y una buena metáfora para describir los contextos y todas las realidades que se enzarzan entre sí buscando una predominancia.
Porque hay una lucha feroz entre el cuerpo y el aroma clásico y unidamente familiar, y el individualismo que se ha de reivindicar una y otra vez. Es el grupo y el individuo, enguerrados siempre más allá de los lazos de la sangre.
Muere el padre, y la viuda convoca a sus tres hijas con sus parejas para estar allí y dar pátina de existencia a las personas y a su presente de realidad. Una cena familiar que va a servir para lanzarlo todo por el aire y para tirarse a la yugular los unos a los otros. Y la cercanía se vuelve una quimera. Porque la construcción de los individuos ha tenido lugar entre unas condiciones absolutamente imposibles e inadecuadas. Y ese pecado original se extiende imparable hacia todos los destinos de futuro.
Y ves a la viuda echando en cara a todos sus errores, y poniéndoles sin miramientos el dedo en el ojo de su verdad. Hay un desnudo brutal y una transgresión que impacta. La tensión frente a la naturalidad se hace creciente y hasta incontenible. Y aunque hay excelentes construcciones de sarcasmos inauditos y humorísticos, solo puede mandar la desazón. Se arrean en sentimientos hasta en el carnet de identidad. A quemarropa, sin concesiones, a la desesperación, soltando una guerra larvada de gritos, insultos y ausencia de respeto. Todo es mal rollo en este dramón folletisnesco y potentísimo, desde una interpretación arrolladora y magistral de todas sus actrices y actores.
Los Oscars de Hollywood tienen una buena cantera y visor en este film de John Wells. Sensacional de nuevo la gran Meryl Streep en el papel de la viuda loca y con cáncer, apastillada, tirana, cruel, y al mismo tiempo líder y majestuosa.
La replica la otrora novia de América , la madura Julia Roberts. Le planta cara a su madre, y trata de hacerle de contrapeso y de pararle los pies. El combate es fuerte y emocional, actual e interpretativo. Exquisito.
Sí. Las actrices y los actores sostienen bien este folletín durísimo. Se constituyen en personajes que rompen la pantalla y que se muestran fantásticos desde la complejidad evidente de sus interpretaciones y actuaciones. ¡Oh, ser actor! ...
Es toda una reivindicación del gran teatro y del actor que se esfuerza y se muestra sobresaliente sobre los argumentos y cometidos. Los actores devoran sus papeles y militan en el imperio del escenario esta vez cinematográfico. Como podía serlo en un afamado y de prestigio teatro inglés, o de cualquiera nacionalidad y quilates.
Después de ver este drama de sentimientos y sin dulzuras, en tu interior se mueven cosas y sales del cine como zarandeándote el interior. Y es que la vida tiene estas cosas. Y el alto voltaje se abraza con la normalidad aparente y cotidiana.
-A VECES, LA VIDA-
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