jueves, 23 de enero de 2014

- MIS DOS BESOS -



Lo primero. Lo más bonito de mí. Eso es lo que hago todas las mañanas cuando acudo a casa de mi hermano en la cual vive mi madre tesoro. Nunca le faltan mis dos besos. Mi deseo de demostrarle que la quiero.
Sí. Mi madre. Mi pequeña niña, a la vez que mi madre. Mi ser vulnerable que ha vuelto a la infancia y a los olvidos camino de las cosas de su ternura. Ahí está sentada en ese sofá que le compré, porque dice que en la cama aguanta pocas horas y que se ahoga y que mejor en el sofá.
Disfruto de ella y de sus cosas. Es tierna como una niña por las mañanas. Me agrada y conmueve su fragilidad. Me gusta que se tranquilice al verme. Soy como su papá que llega y está. Ese fortachón que la entiende casi sin que me diga nada. Son sus sonidos. Sus gemidos y sus vocecillas las entiendo. Significan cosas. Unas significan que está sufriendo, y otras significan por ejemplo que desea ir al baño. Normalmente se diferencian bien unos sonidos de los otros.
Y entonces me acerco a ella y le hablo a su oído ya bien sordete. Y ella me mira con muchas dudas. Quiere, como siempre, ser la protagonista y la reina eterna del lugar y de todos los lugares. Mueve los pies sobre el suelo. Y luego dice cosas insistentes. Eso significa que quiere wáter.
Comienza mi labor. La incorporo  sobre el sofá y la doy unos suaves masajitos en la espalda. Solo es un contacto, pero también una comunicación. La digo irónicamente que bostece y va y lo hace. Se despereza imitando mi propuesta. Luego, presa de la pereza, se echa hacia atrás de nuevo sobre el sofá. Yo me limito a corregir su posición y le coloco bien los brazos. Le quito una ropas que la protegen del frío mañanero y le pongo la bata. Y tras abrocharla los botones, llega el momento de ponerse de pie. Necesita orinar.
- "No puego", dice ...
Que significa sin dentadura algo así como: "no puedo"... Sí. Tiene miedo de todo. A esas horas mi madre tiene mucho miedo de marearse, o de caerse, o de abrir de nuevo sus ojos, o de vaya usted a saber lo que le pasa por la cabeza a mi bien.
Pero yo le pongo con seguridad mi brazo en la axila. Y al primer o segundo intento, ¡hacia arriba! La apoyo sobre el andador y no la suelto. Y entonces mi madre sigue diciendo "no puego", pero ya camina conmigo hacia el baño. Y al llegar a él, la preparo y la siento en la taza para que haga sus necesidades. Y luego, la vuelvo a poner de pie. Es muy coqueta. Quiere que toda la ropa se la ponga bien y sin prisa incluídos sus mágicos pañales. Todo debe calzarla bien. Se toma su tiempo y yo mi paciencia. Y en seguida estamos los dos camino nuevamente del comedor. Y de nuevo al sofá. A descansar un poquito más, que es pronto.
Llega el momento del desayuno, pero mi mamacita no quiere. No desea levantarse porque ahí se está muy bien. Pero yo insisto e insisto. Hago énfasis en la palabra galleta y en la idea que la propongo de la leche calentita. Mi madre no dice nada pero se resigna a mí. Sabe que es el momento,-uno de los pocos-, de ser muy obediente. Y entonces la vuelvo a poner en pie y la llevo a la silla del comedor. Le pongo la tele, le doy las galletas, y me dispongo a calentarle la leche.
Se la bebe poco a poco. Pero ya se queja menos. Y yo siento la satisfacción de que he hecho lo mínimo que se puede hacer por la mujer que me ha parido. Sacarla del marasmo de Morfeo y devolverla a la vigilia. A su modo, pero a la vigilia. Que se tiene que tomar su medicación, y hacer una vida lo más saludable posible.
Cuando llegan las once, comienza una nueva batalla. Va a salir a la calle al sol del Jardín Botánico. Pero, no quiere. Nunca quiere salir a ningún sitio. Y como ve que no va a salirse con la suya, demora todo lo que puede y hasta me grita y tira insultos. Es igual. Todo es por su bien. Como mis dos besos eternos y amorosos.
-PORQUE ELLA ES MIS DOS BESOS-

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