Una súbita angustia sacudió a Tom. Algo raro, inusual, inédito y extraño le estaba sucediendo. Pero lo más sorprendente es que se trataba de una tarde cualquiera, como siempre, como todas las demás de su vida. ¿Entonces? ...
Pensó en una nueva y viva necesidad. Su crecer le estaba indicando algo nuevo. Y Tom, no pudo por menos el estremecerse. ¡No tenía amig@s! ...
No era casual por otra parte. Pero era jodido de asumir y de admitir a las primeras de cambio. Porque Tom podía llamar en cualquier momento a alguien, y podría ocurrir precisamente que nadie se pusiera o estuviese al otro lado del teléfono.
Tom se puso triste. Era para estarlo. Y no solo porque nunca había tenido amigos de verdad, sino por algo todavía peor. Porque nunca había sentido la necesidad ni el deseo de esa idea de la amistad.
Bien era cierto que su familia le había abandonado, y que erradamente su venganza autodestructiva había consistido en intentar sentirse autosuficiente. Negarse a compartir ...
Solo había estado utilizando a unos y a otras para que le solventaran y sacaran las castañas del fuego. Y Tom siguió teniendo mil pensamientos autolesivos entre los que se mezclaban el victimismo, la pena y la realidad.
Pero Tom estaba siendo demasiado cruel consigo mismo. Estaba repasando el pasado y el presente, removiéndolos, y haciendo con todo su patrimonio personal una bola de dolor.
Finalmente, Tom logró calmarse. También tenía excelentes noticias, y ahora tendrían que ver con su futuro. Esas buenas nuevas, conducían a una nueva perspectiva. A que ahora, ya sentía el deseo de tener esas amistades, esos tú a tú, esos grupos de aceptación, y esa normalización social de su conducta. Esa angustia inicial, llevaba consigo una más que positiva orientación. El real acierto.
Tom lloró amargamente por todos sus errores. Y se dio cuenta de uno fundamental. Hasta ahora, no había logrado ser amigo de sí mismo. Y si no lo había logrado, bien difícil era lograr ser amigo de las otras y de los otros.
¡Amigo de sí mismo! Esa era la asignatura pendiente real de Tom. Éso, explicaba tantas inopias y babias. Tanto rechazo a las cercanías, tantas pocas apuestas por los demás ...
Sí. El asunto de Tom no era tanto que no tenía amigos de verdad, sino que no se había percatado de que no se quería. Ahí estaban ahora su inseguridad, sus dudas, sus desorientaciones, y hasta la falta de identidad en sí mismo.
Lo que pasa es que Tom comenzaba a ser él mismo. Empezaba a sentir otros puntos de vista, otros caminos que podían llevarle a donde deseaba y mil etcéteras.
Tom no estaba solo. ¡Ni hablar! Tom no se había tomado en serio siquiera a sí mismo. Se había minusvalorado, le había atrapado el miedo, y no lograba soltarse la desazón. Sí. Tom estaba rodeado de ideas temerosas y arcáicas; de pensares extraños que podrían conducirle a un extraño ostracismo.
Tom, renacía de sus tiempos de error. Y decidió no rehuír nada. Y a pensar en los porqués de sus desaciertos de antaño. Le habían abandonado porque no había sabido percibir el verdadero sexy y valor de la amistad.
La amistad era el tú a tú, la confianza mutua, la ubicación similar en el mundo social, y una conducta clara y sin miedos. El germen de la amistad era la autenticidad. Ser o procurar ser siempre el mismo. Sin cambios extraños o impostores. Ser siempre Tom.
Y al final del día su angustia derivó en sorpresa. Algunos ojos interiores del crecer se le habían abierto. Seguía creciendo. Y el añorar una amistad formaba parte de ese proceso.
-ENHORABUENA, TOM-
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