domingo, 13 de octubre de 2013

- MI PADRE, AQUEL DESCONOCIDO -



Falleció de un infarto en la madrugada del san José valenciano de 1982. Tenía cincuenta y algunos años. Sí. Mi padre. Y ahora que mi madre se ha vuelto una niña, pienso en él y en cómo le vi y le percibí.
Era alto y guerte como un roble, siempre de broma y alegría, valencianoparlante, marroquinero de profesión, y se llamaba Alfonso. Era el segundo de cuatro hermanos: Miliet, Pepico, Marieta y él. Vivía con su padre en esta misma casa desde donde estoy ahora y desde la que os escribo. Su madre,-mi abuela paterna-, había fallecido víctima de un cáncer. Me contaron que él la quería muchísimo.
Después, se casó con mi madre, y siguió viviendo con mi abuelo paterno toda la vida. Ninguno de sus hermanos quiso quitarle carga ante un padre más que problemático que nos insultaba y amenazaba a todos, y él no tuvo valor para denunciar a sus hermanos ante las autoridades. Demasiado bonachón ...
Raro. Mi padre era muy raro. Cuando quebró la empresa de la marroquinería, no supo reinsertarse adecuadamente en el mundo laboral. Todo lo basaba en su poderosísimo físico. Con él, se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba un triciclo, y allá que se iba al Mercado de Abastos a ganarse los dineros como autónomo, llenaba dicho triciclo de sacos de raffia y yute, y un amigo que tenía en el Barrio del Carmen le cedía un almacén para que pudiera almacenar los sacos y preparar los pedidos para sus clientes. Iba mal tirando ...
Recuerdo que en casa no había apenas paz ni sosiego. Mi padre me caía mal; no le entendía. Y prefería identificarme más con mi madre, porque parecía un poco más lógica en su conducta.
Me molestaba que a mi madre le importara un carajo mi escolarización y la de mi hermano. Se conoce, que andaba el hombre tan desesperado y a constantes enfrentamientos mensuales con mi madre por el tema del dinero, que debía considerar que eso de los estudios era una decisión absurda y arriesgada.
Mi padre me quería a su manera. Pero su escuela eran la vida y el exterior, y nada de estudios o sesudas reflexiones. Además, eso de la paternidad se ve que no lo llevaba bien. Las responsabilidades le venían grandes. No era un hombre feliz. Y, además, pocos acertaron en apoyarle y aceptarle. No le ayudaban apenas ...
Tenía orgullo y un valenciano y descacharrante sentido del humor de cara a los demás. La gente que le veía con sus ocurrencias, sonreía y sentían que la vida debía ser más desenfadada. Era su pose ...
Un día tuve una tensión con él. Porque comenzó un amago de bronca entre mi madre y él, y yo cogí enrabietado un vaso y lo golpeé con fuerza sobre la mesa. Mi padre me miró iracundo y me dijo de todo menos bonito. Yo, me alejé de aquella mesa ...
Lo que más me impresionó fue que cuando se murió no tuve sensación de enorme pena. Lo cual, era un movimiento psicológico defensivo mío para defenderme de su tremenda pérdida. Sí. Me asustaba el pensar que no sentía dolor ante su óbito. No era cierto. Me dolió más de lo que sentí.
Yo, no perdoné a mi padre. No se puede llamar perdón. Lo que es mejor afirmar, es que le comprendí. Ése, fue mi mejor perdón.
Me costó muchos años meterme en su piel y aceptar a aquel aparentemente padre que había pasado por los veinte años de mi vida sin prácticamente dejar rastro o huella. No fue fácil hallarle. Pero, afortunadamente, le entendí definitivamente.
Mi padre fue un hombre entrañable y maravilloso, lleno de humanidad y de fragilidad. Nunca vi a un hombre tan fuerte y débil a un tiempo. No supo estar posicionado adecuadamente en la vida, y su desubicación le dolía tanto que decidió refugiarse en sí mismo y huír.
Sí. Todas las tardes bajaba a un bar que había en la barriada, pasaba de mi madre, de nosotros sus hijos y de todo quisque, y se refugiaba jugando al dominó y a las cartas con sus amigos de dicho bar. Había presentado la bandera y dimisión de la derrota. Hacía las cosas a desgana y porque no le quedaba otra. Había perdido toda ilusión como persona.
Cuando le evoco como hoy mismo en este diario, le quiero más que nunca. Me apasiona y atrae su tremenda vulnerabilidad, le adoro como seguramente siempre fue, y le promociono el entrañable recuerdo de su lesa verdad.
-DOS BESOS, PAPÁ-

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