León y sus Cuencas mineras. Bajar al hoyo como desesperación. Tradición desde la pobreza. Arriba, no hay apenas nada para tener futuro.
Refugiarse en una lotería azarosa necesaria. Sino de gente que trata de sobrevivir. Y de repente, el desastre desgarrador. Nadie está seguro ahí abajo en la mina. Siempre meterse a quinientos metros debajo de la superficie tiene cosas como las del pueblo de Pola de Gordón. Muertos y heridos. Familiares desesperadas y rotas que sacan su rabia y su desgracia a flor de piel. Poco amparo. Muy poca proteccción.
¡Mineros! Orgullo y cojones. Convicción y valentía. Porque hay que tener mucho valor para convivir generaciones con las labores de la extracción. Sí. El minero es un tipo duro y orgulloso, que hace de su situación un ejemplo y una identidad. Un minero es alguien que se la juega a cada paso, a cada instante, a cada circunstancia, a cada segundo y a muchas décadas. A toda la vida.
Descensos y simas. Galerías y conductos agorafóbicos. Ahí adentro nunca puede escucharse el volar libre de los pájaros o el aroma mágico a tomillo y a romero. En esos sitios de galerías y exploradores del azar, hay más que mucho que perder. Como la vida y del todo.
Ganan poco, no hay apenas oxígeno, y acecha la silicosis o el tremendo grisú. Ese gas inoloro y letal que no conoce a la barrera humana. Si te topas con ese gas traicionero y cabrón, entonces te envenena rápido y te deja hechizado de muerte rápida.
Salir de allí es un hecho grato si es posible que lo puedas contar. No solo es un tema de facultades físicas, sino también de cabezas duras e irreductibles. Salir ascensor tras ascensor de una mina, es volver realmente a la vida. A la vida de uno, de los tuyos, de todos, de todo ...
Y a veces, ya no sales que no sea con los pies por delante camino del ataúd. Como el abuelo y picador asturiano de la canción del cantante Víctor Manuel, que quemó su vida. Y que en medio de su desolación decidió llorar su rabia en el suelo por no ir a buscar a su patrón para decirle todas las cosas de su dolor.
Mineros ejemplares y hasta míticos. Son héroes desconocidos y cotidianos. Nunca es esconden y siempre dan la cara. Son todo, menos cobardes. Han de ser rudos para poder sobrevivir, tener tradición minera, poco dinero, y amar las aventuras de su más que peligrosa profesión. Marchan, continuan, siguen, son duros, civilmente militares.
Un minero te mira y sabe relativizar. Lo peor no está afuera sino adentro. Porque cuando salta el grisú y te hace inerte, ni siquiera pueden sacarte en seguida. Están atrapados en medio de la dificultad y de la distancia.
En esta labor de tremendo riesgo, se valora mucho lo que pasa afuera y se vive lo mejor y menos dramatizadoramente posible lo que sucede en el placer cotidiano del tiempo libre. Se es compañero, y una piña, y una familia, y muchas familias, y un universo lleno de encanto y admiración.
Han muerto en 2013, hace unas horas varios mineros en León, el pueblo se paraliza, los demás les aplauden y admiran, sus familiares y viudas lloran con desgarro las pérdidas definitivas, y poco parece que puede hacerse. Silencio de profundo respeto.
Porque arriba de la mina, ahí afuera, no hay opciones. Y si no logras irte y decides quedarte, o bajas a la sima o te pierdes la esperanza de la labranza de tu futuro.
-DESCANSE EN PAZ-
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