sábado, 26 de octubre de 2013

- CON MENOS DUDAS -



En la medida que voy aterrizando en mi casa, observo lo mal que me llevo con el atronador silencio que rodea a mi abierta estancia.
Es una buena pugna. Mi realidad, contra el silencio. Un silencio, que para mí es mucho más que la ausencia del ruído. Es una sensación de que los demás se han ido, de intruso en mí y hasta en el eco que produce mi arcáico teclado macánico sobre los demás. Me siento como un oficinista tocahuevos y con la luz encendida a unas horas que no serían las más adecuadas.
Sí. Lo que tengo son muchas dudas y muchas reflexiones interiores. Todavía no soy capaz de vivirme bien el interior. Me siento como desprotegido, vulnerable, como observado por muchos curiosos, y nada grato en mi hogar entrañable.
Los fines de semana, son más duros. Muy duros para mí. En Valencia hace todavía calor. Debo abrir las puertas. Y entonces todo parece resultar más evidente. Delante de mí tengo terrazas, y más fincas, y más potenciales cotillas, y el mal gusto en el cuerpo.
Y no es cuestión de decir que no estoy bien aquí. Lo que estoy es deficientemente dispuesto, y con una falta de mínimo confort, evidentes. Porque ahora es tiempo de observación a mí mismo frente a los demás. Medirme contra mi ruído y contra mi silencio, el preguntarme cosas que antes solo podían darme coraje y que ahora se me antojan meras asignaturas pendientes.
Futuro. Lo que busco es futuro de seguridad, e ir a averigüar las causas reales de un malestar que me aprieta especialmente los fines de semana y cuando los demás se van o cambiar el chip.
Debo tener más osadía y consultar más mis derechos. Tengo que moverme y sin excesivos condicionamientos, mi conciencia está tranquila y expectante,y ya a nadie echo la culpa de mis sinsabores.
Aún es pronto para que sea yo del todo, y eso me lo noto yo bastante. De modo que he de intentar aprehender en estos tiempos poco gratos el aprecio de las cosas positivas de este silencio tan chocante y hasta puñetero.
Debo luchar contra los agobios, y no caer en extrañas decepciones al comprobar que mi casa anda muy esquelética de intimidad. Cinco de la tarde, mi teclado mecánico en el ordenador, y algunos cuartos interiores que quizás me lleven a una extraña agorafobia.
La clave es descubrir con la mayor agudeza posible los puntos o elementos que infieren sobre mi bienestar. Los que proceden de mi interior y de mi silencio, y los que proceden de un temporal exterior de ausencia de los otros y seguramente más capeable.
Es, mi vida. Mi sentir sabático en la tarde nueva, no andar con la queja o la sorpresa lesa, y hacer y tomar decisiones. Ver a los demás cómo hacen su vida para aprender de ell@s y adquirir certezas y conclusiones más claras.
Los fines de semana también son semana. Pero son otra cosa, otra realidad, otro movilismo, otro estilo, otros horarios, y quizás hasta otro yo. El sábado y el domingo son mis días en los que más debo trabajarme mi futuro de sosiego.
Da igual que no se hicieran reformas para la intimidad en la casa, o que los silencios me asfixien y turben. Todo son excusas. De mal y bisoño pagador. Benditas todas mis dudas y mis nuevas.
Ahora, voy a levantarme de aquí, iré a un bar a ver el partido porque es de pago y en mi casa no se ve, y pasaré la tarde, y observaré a la gente de los bares que son sitios que nunca he frecuentado. Y entonces comprenderé mejor a los silencios y a los gritos.
-Y SOBRE TODO, A MÍ-

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