La otra tarde, logré relajarme. Y, reconciliarme, que fuese levemente con una determinada realidad. Sí. Tras cuidar a mi madre ya muy mayor, marché a mi casa de toda la vida. Es la de toda la vida, pero lo único que queda del estilo de vida anterior es por ahora muy difícil de descifrar para mí. Porque lo que queda de mi finca son las paredes, las puertas, las escaleras. Todo el tiempo anterior, ya se fue al olvido en mi entrañable barriada. Es otra cosa.
Me relajé. En mi proceso de aprendizaje camino de mi realidad, empecé a dejar de notar insoportables sorpresas. Especialmente durante el fin de semana. Ahí, un tremendo silencio todo lo abarcaba y tamizaba. Todo estaba envuelto en un espectacular silencio de ausencias y de presente.
Dicho silencio, solo quedaba interrumpido por un perro ineducado por sus dueños, el cual me ladraba desde el zaguán hasta mi tercer piso en donde está mi casa. Todo silencio por lo demás ...
En otro momento, me hubiese hasta enfadado. La casa de mis padres y de mis abuelos, ¿convertida en una suerte de silencioso e incomunicado templo budista? ...
No. Toda Valencia está así todos los fines de semana. Y Madrid, y Barcelona, y todos los lugares. Porque el cambio y la transformación es social y no solo geográfica o de modas. Todos los fines de semana habrá ese tremendo silencio. Es algo con lo que tengo que contar y sin que me afecte en tristeza.
Además, en el caso de mi finca, todos son chicas y chicos jóvenes. Pertenecen a la rabiosa actualidad cotidiana, y reinvindican periódicamente su identidad en el mundo. Son de otra generación y se han criado de otra manera. Ellas y ellos han consensuado los tiempos de silencio. Trabajan de lunes a viernes, no pertenecen sus raíces aquí, son jóvenes y necesitan comer vida, y en cuanto llega el fin de semana aprovechar para hacer otras cosas bien diferentes. O bien se van, o bien cambian todos sus horarios. Lo necesitan. Su silencio es su descanso ...
En estos momentos de aterrizar en mí y en mi libertad, mi desconcierto y extrañeza trata de dejar paso a la comprensión. Ya voy sabiendo el porqué de los silencios y de las conductas. Y, por mí mismo.
Porque, antes huía. Recuerdo cuando me iba los domingos a un grupo de senderismo, para así no acordarme de mí y de mi realidad durante algunas horas. Me pregunto con ternura que a dónde iba yo. Y la respuesta con ternura que a dónde iba yo. Y la respuesta es clara. Yo iba a que me llenaran el tiempo, a que me lo contaran, a que me distrajeran con sus cosas, a tratar de convertir mi fantasía en algo consistente, a la desesperada; a tirar por la calle de en medio en busca de una nada.
Afortunadamente, mis actuales asignaturas no pasan por el lamento de lo que perdí y malogré. No me quejo. Estoy comenzando a vivenciar y a creerme el no lamento, y a abrazar el error estratégico en mi tiempo menor. A pasar páginas.
El silencio actual es duro, pero también limpio y sincero. Real. En mi vida hay lo que hay. Ya no aspiro a samaritanismos, sino a ser el protagonista activo de mi vida. Aún no soporto esos silencios, mas comprendo a las personas que los generan.
Es, hoy. Es el tiempo de entrar en la vida actual y por mis propias piernas y presencias. Es mi tiempo de aceptación de una dura realidad que me hace daño pero que me sana. Sí. Todo esto forma parte de esas asignaturas pendientes por no vividas, y que es necesario superar. Aún no sé vivir solo. Nunca lo hice.
-MAS TODO A SU TIEMPO-
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