Tímido y vergonzoso, decidido en la acción, dependiente de los otros, y deseoso de salir de la encrucijada de sí mismo.
Humorista, fuerte, ocurrente y feliz aparentemente entre sus conocidos que nunca amigos. Aldrón apenas sabe lo que dice y solo hace imposturas de inteligencia. Amagos de talentoso.
Superdotado físicamente, sigue huyendo a través de unos inéditos senderos de montaña que le trazan e inventan. Poco o nadie le conoce. Él, parece conocer a todo el mundo. Necesita sentirse inteligente para no decaer.
Mas en cuanto se descuida el guía de las montañas, el fuerte Aldrón se desorienta y hay que ir a buscarle. Sucede que Aldrón no soporta bien la compañía, y se adelanta a grandes zancadas para ser todo lo más invisible posible. Hasta que termina perdíéndose. No es noticia que Aldrón se pierda. Por eso no pueden creer en él.
En el fondo, Aldrón no es ese tarzán fortachón de las montañas. Aldrón es un muchacho en extremo vulnerable, sensible, de buen propósito, y excitado ante las chicas más atractivas. Poco más. Todo lo otro de Aldrón es carencia y vulnerabilidad. Alguien que no cuenta para nada.
Los años pasan y Aldrón no parece cambiar. Sigue siendo casi un soldado de la montaña con su porte orgulloso, y ahora que se ha descubierto una cierta vena literaria, le llaman poeta. Y, quizás lo sea. Lo que pasa es que la realidad del mundo de hoy no solo es la montaña de la serranía sino todo lo que pasa en la ciudad durante los días laborales.
Todo el mundo sabe quién es Aldrón. Pero nadie piensa en él en exceso. Les importa bien poco. Solo es para ell@s una anécdota de aire libre en un día de domingo. Un personaje exótico, que les saca del tedio y que les convoca unas curiosidades y hasta unas risas burlonas y lejanas.
Aldrón se adelanta al grupo, cambia de ritmo y se dispone a acometer físicamente los desniveles más exigentes camino de los picos. Trepa con la facilidad de las ardillas, pero su respiración está deshilvanada y extraña. Su rostro se crispa, y su mirada preocupa al grupo. Inquieta.
Para el desgraciado Aldrón, nadie hay más en el mundo que él cuando sube. No parece desear a nadie a su vera, e incluso parece molestarle todo contacto humano cuando escala. Lo que hace es competir, luchar contro los demás, y aislarse dentro de su egoísta y libertario esfuerzo. Vano.
Una vez en la cumbre, Aldrón sonríe hasta con deuda de oxígeno. Imposta que está fenomenalmente bien, y aparenta hacia todos quienes le siguen que es grande, bello y hasta majestuoso. En las alturas, Aldrón se siente bien. Es su deseo. En realidad estar ahí arriba y el primero, es algo que le redime y compensa su vida. Es como si en ese extraño olimpo geográfico y físico, se sintiera defendido ante unos demás que siempre le miran extrañados y distantes.
Aldrón no es nada aún. Ni es montañero, ni es tan fuerte, ni tienen sentido sus correrías, y hace muy mal alejándose de los grupos. Pero él sigue y sigue sin aparentes nuevas. Aldrón siempre parece que es el mismo pastor de montaña con sus vestidos prácticos y con bien poca concesión para la estética moderna.
Aldrón está construyéndose y llorando por adentro. El impostor que solo muestra mentira a menos que se le hurgue o conozca un poco, sufre como una bestia. Ni tiene familia ni tiene a nadie. Y asiste atónito a una realidad propia que casi le pasa desapercibida.
Dicen que a Aldrón le gusta ayudar a los montañeros cuando les ve en apuros, pero no hay que fiarse dado que todo es pura seducción. A quien Aldrón admira es a l@s bell@s y a los fuertes, a los brillantes y a los aparentes.
-O ESO CREE ALDRÓN-
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