No es triste mi realidad, simplemente es la que es. Y en el fondo el incorporarme al estilo actual de vivir es una aventura realmente fascinante y abierta.
Cómo son los demás, cómo se las gastan, quiénes son las ruedas buenas o las inadecuadas, y todo ese magma de consenso que llamamos y que además se llama la sociedad de hoy.
Hoy. Sí. Hoy es apasionante, y aprenderé mil cosas nuevas y veré y me cercioraré de sucederes y actitudes que me llenarán de una más consistente ubicación. Sabré más si mantengo los oídos atentos y trato de comprender sus claves.
Tengo cincuenta y tres años, y por circunstancias estoy volviendo a mi realidad tras una enorme ausencia. Y al regresar a mí, veo que todo ha cambiado. Absolutamente, todo. Y eso me encorajina y genera malestar inicial y lógico. Llega la nostalgia, y entonces me acuerdo de un mundo familiar y conocido, de las seguridades de antaño, y de mil millones de recuerdos que no sirven absolutamente para nada más que un lamento fútil. Para llorar el otrora.
Empiezan todas las asignaturas de mi vida. Me voy introduciendo en las aulas de la vida, y me encuentro al primero de los inicios con la idea o sensación de gente extraña o de perfectos desconocidos.
Es, precioso. La parte buena del retomar en mi disco duro el pulso de la realidad, tiene unas expectativas fenomenales y el advenimiento de muy importantes retos. Esa es mi actitud. No me dan miedo mis décadas perdidas en el error. Ahora emerjo, y siento valor y ansia en donde se forjan el ordenador y los universos sociales. Voy ahí. Y lo primero que hallo son caminos contradictorios, desencuentros, rechazos y todas las sorpresas.
En ese instante primo de mi camino, tiendo a abrumarme. Menuda responsabilidad y menudas pruebas me esperan cuando parto casi de la nada hacia los demás. Es doloroso, frustante, violento, duro y potente. Soportar la presión de un cambio necesario es algo parecido a cuando eres un buen futbolista pero te das cuenta de que eso no es suficiente. Porque al hábil jugador le pueden poner en la suplencia, no valorar su juego, no ser aceptado, y todas esas cosas que hacen que no pueda triunfar a pesar de sus excelentes cualidades iniciales.
Sí. Todo es mucho más. Reubicarme en mí implica mucho más que una nueva y buena disposición inicial. Reubicarme en mí es casi exactamente lo mismo que reubicarme en y ante los otros.
Me espera un terreno inexplorado y durísimo, mas siempre necesario e inevitable. No hay más. Mi mundo va a depender de mí, de mi paciencia, de mis descansos, de mi organización personal, de mi adaptación a estos tiempos sin ética; a convivir con individualismos recalcitrantes y hasta agresivos. No será fácil, pero no me asusta. Porque voy a llegar ahí. Sin papeles y con muchos hechos.
La calle. La calle de la vida y mi respuesta en ella y ante ella. La calle y las gentes siempre se mueven y mutan, y nada se muere del todo ni nace de repente. Todo es evolutivo y viene de un atrás que ya me perdí, pero que no importa.
Como un río que sigue, como un pájaro que comienza a volar, como una flor que nace en un lugar inhóspito, como un heterodoxo en Cambridge, o como hasta un pulpo en un garaje. Esa es la disyuntiva. Soportar. Aguantar. No desanimarme. Tener toda la convicción y confiar profundamente en mí. Aceptar el mundo que me rodea, hacer una caso relativo a determinadas personas, y saber diversificar la expectación y el interés.
A veces me pregunto si lo lograré. Pero en ese momento un torrente de fuerza me aguarda. Y me viene la sonrisa y la practicidad. Y me importan dos tipos si me he equivocado, porque acepto de las consecuencias. Y cuando acierto, entonces mi alegría alimenta mi espíritu opíparo y natural.
-Y ME GUSTA DECIRLO-
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