martes, 8 de octubre de 2013

- MI MADRE EN EL SOFÁ -



Ahí está desde las siete de la mañana. Dice que no quiere estar en la cama mi niña tesoro. Afirma que prefiere estar durmiendo en el sofá.
Cuando llego todos los días a la casa para cuidarla y estar con élla, siempre está sentada en el sofá azul que yo le compré. Y os aseguro que no es del todo grato apreciar su estar. Porque parece demasiado desmadejada y frágil, porque pone carita de enfadada y somnolienta, y porque es seguro que apenas desea vivir. Es la imagen también entrañable de la vulnerabilidad.
Yo, no deseo mirarla mucho, porque la quiero y me afecta. Es mejor. Me limito a asegurarme de que está bien, y a esperar a que lleguen las nueve y cuarto o las nueve y media. Por ahí ...
Ese es el momento del siguiente paso. Y le recuerdo suave pero firmemente que ha llegado el momento de abrir los ojillos y espabilar. Pero mi niña se niega. Y entonces le digo que si quiere ir al wáter o a la silla para desayunar.
Sin la dentadura, mi madre hace gestos de desagrado y me mira perezosa y extraña. Se siente relativamente bien en el sofá, para que venga ahora su hijo a darla por el saco. Yo, insisto. Es su salud. Y los medicamentos aguardan ya encima de la mesa del comedor. Ha de ingerir la leche y las galletas para acompañar a las substancias farmacológicas. Hay una pugna en élla. Duda.
Hasta que finalmente me dice que: "al wáted". Sí. Con d suena la palabra al no llevar aún las dentaduras. Y comienza a decirme que le duele el cuello, y yo le digo que es porque coge malas posturas en el sofá, y también ronronea que no puede levantarse y que se cae. Sí. Mi madre me dice todas las mañanas que "no puedo" y que se cae. Son trucos rescatados desde la infancia. Defensas de quien siente que debería tener más fuerzas de las que tiene. De las que siempre tuvo, que fueron muchas ...
Ver a mi madre por las mañanas sobre el sofá, es mi primer toque de atención y de enfrentamiento con la vida. Con una vida frágil que quiere ser tímida, precavida y defensiva.
Afortunadamente, voy pasando los Rubicones del miedo. Yo represento la fortaleza y la consistencia que ella precisa y necesita. De modo que la incorporo hacia adelante en el sillón, y entonces le hago unos masajes en el cuello, y veo cómo hace amagos de desperezarse. Y se rasca la barriga. Y yo, la rasqueteo la barriga en complicidad. Porque lo primero que quiero que pase es que se relaje su pesar y su decepción.
A continuación, jugamos a levantarnos. Pesa mucho, y no es empresa fácil. Le pongo delante el andador, y entonces ella me dice insistentemente y en letanía el : "no puedo, no puedo". Solo es su miedo y su pereza. También está algo mareada por los efectos secundarios de los medicamentos. Dice el médico que todo está en el guión.
Allá va mi brazo. A la primera, no sale. Pero al segundo o tercer intento, mi madre ya está arriba. En pie. Necesita mi impulso y mi contacto mientras vamos al "wáted". Con d de dentadura sin poner por si se la traga al dormir.
Diez minutos más tarde, llega la vida. Está por muchos sitios. Desde el sabor de su vaso de leche caliente y desde sus cuatro galletas. Se las zampa en seguida y he de decirla que no tenga prisa porque no se las van a robar, coñe ...
Ya ha desayunado, le pongo la tele, y las luces que iluminan la estancia compiten ya con la luz natural que se introduce a través de la ventana.
No me gusta el sofá en donde está mi madre. Le tengo manía. Me cae mal. Reconozco que cumple su función, pero también seda y atonta, dando paso a las perezas y a las taras. Poniendo en evidencia al vigor y a la frescura.
¿O NO, MAMI?

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