A pesar de las largas sombras que adentran el Septiembre sobre la superficie del otoño, creo en tus ojos.
Cuando el sol ya no es tanta aguja directa sobre la piel y más bien se asemeja a un cuadro ocre de Renoir, sigo viendo absorto y enamorado tus manos. Y me asombra placenteramente tu alegría grata que nace de tus sentimientos más cercanos y naturales.
Sí, amor. Eres bella porque te miro bello, porque no hay estación ni ciclo que puedan esconder tus enormes ojazos expresivos que nada se distraen cuando le miran al amor.
Ni calor, ni vientos. ni tiempo de veranillo de san Miguel. Te quiero como siempre. Como cuando esa trampa esotérica que parece cursi y viva, comenzó a poseernos. El amor. Tú eres el amor, mi bien, la persona que es capaz de hacer que me reinvente y extraiga lo mejor de mí en dirección a tu alma femenina y maravillosa.
Que venga una nueva estación cuando le dé la gana. Porque nuestra estación no puede entender de árboles de temporada o de esporas que abarcan una tierra al azar para desarrollarse.
Nuestro clima está en nuestro fuego y en nuestra calma. Nuestra uva de Septiembre son cuatro brazos y cuatro piernas que se juntan a dos besos en medio de la tarde de un parque, o sobre la mañana tímida y hasta borrascosa de un nuevo tiempo. Del nuestro.
Cuando me despierto de mañana y miro al otro lado del lecho, decido detener mi mirar sobre tu complacencia y apuesta.
Tú estás ahí, conmigo, entregada tu confianza hacia mí, aceptando ese amor siempre nuevo y renovado que te hace sentir pleno y bien ocupado el corazón.
Eres hermosa porque yo lo digo y porque te quiero. No sé mirarte de otra manera. No sería yo. El amor es tu mirada y hasta tus ojos que todavía descansan recuperando tu brava vitalidad. El amor único es tu respirar sereno y decidido, y el que no te importe en absoluto que yo sea contigo libre y feliz.
Después, más tarde, nos tomamos de la mano y caminamos por la calle de la vida aceptando que nuestro cariño es único y que no se repetirá. Porque no le pones plazos ni aprietos a este amor. Le mimamos, le aireamos, y nos mostramos obedientes a nuestro sentimiento y al orgullo de estar juntos.
Juntos. Unidos. Siempre en comunicación pactada y construída en lo cotidiano, y superando los retos y las dudas. ¿Quién iba a sospechar que acabaríamos enamorados y compartiendo estar? Todo un misterio quien lo supiese. Ésto, no se planifica como bien sabes, amor. Ésto, sale o nunca se tiene. Y tú has salido camino de mi ser y de mi vida. Y sabes que mis brazos son tuyos ...
Nos alegramos. Es mejor. Es lo mejor que se hace cuando nos aceptamos, cuando leemos, cuando discutimos con final feliz, cuando nuestros desacuerdos valen la pena, y cuando estamos completamente de acuerdo con nosotros mismos.
Beso rojo de carmín, pelo rubio de gacela urbana, vital como la ligereza consistente de un velero que navega hacia mi puerto, y guapa como ese demonio mágico en el que te conviertes para mí cuando tienes ganas de compartir intimidad y misterios de nosotros dos.
Suavidad y dulzura, pasión de dama adorable, cesión de tí, compartir tu agradable espacio cuando me quieres y me tienes, y siendo exactamente la diana de mi vida. El punto donde convergen todos mis deseos y sentimientos más crecedores, masculinos, actuales, y seguramente eternos.
Vendrá la noche del otoño y la primera del invierno, y las plantas de mi balcón cederán la flor, y aparecerá una calma entre la vida casi inerte de la savia de las plantas. Pero eso será moda y anécdota. Porque lo que está, y estará, y estarás, serás tú. Y tú lograrás que la vida invite siempre a arabesco y a sorpresa, a locura y a beso.
-GRACIAS, AMOR-
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