Ya está. Suele pasarme coincidiendo con los ensayos finales que anteceden a mi actuación en los conciertos de mi Grupo Coral.
Se me irritan las cuerdas vocales, fuerzo demasiado la máquina, y ya la tenemos. Al carecer de técnica vocal, tiendo a cantar con fuerza pero en dirección al interior de mí mismo. Y esa carencia, de carácter técnico-musical, me pasa factura. Dentro de unos días, cantaré ante el público bien diezmado.
Sí. Siempre es lo mismo. Mi expresividad sentimental a través del canto no logro sacarla hacia afuera, y acabo haciéndome daño. Es al revés. Cuando canto y bien fuerte, todo debería salir hacia los oídos de los demás con absoluta naturalidad. Es como una especie de ambiciosa barrera interpuesta, que por ahora no logro superar.
Mi mejor voz, mi mejor canto, tiene que ver cuando no me esfuerzo, cuando no percibo cambios, cuando sin darme cuenta sale solo mi yo a través de la voz. Desde la naturalidad.
Entusiasmado por la próxima actuación, allá que me lanzo hacia el tono más agudo y fuerte. Es para entrenar un poco a lo loco mi seguridad. Pero las cosas no son así.
Hoy no me lamento. Es la buena noticia. Asumo la adversidad y el desagrado, con convicción y con muchas ganas de aprender. Entrenar no es batir el récord mundial, sino una clase más. No se aprende más música a tirones, sino paulatinamente. Piano, piano ...
Voy a ir a cantar al concierto. Con poca voz, y aparentemente desilusionado. Me ha fallado la voz, la he roto, y ahora ya me toca la modestia del no poder subir los tonos adecuados. Mas lo importante es aceptar ese banquillo activo de responsabilidad.
Incluso en medio de los conciertos cara al público, puede pasar exactamente lo mismo que en los ensayos finales. Si lo doy todo,-pero mal dado-, podría romperme por unos días.
Voy a seguir cantando. Sé que llevado de mi impulso volveré a tirar más de la cuerda y me afectaré. Sé que va a suceder más veces. Pero ahora me doy mucho más cuenta de mí mismo. Lo que me pasa ahora lo considero una cura de humildad.
El próximo objetivo en el coro musical, lo tengo claro. Deseo y voy a hacer todo lo que esté en mi mano, que no es otra cosa que no hacerme daño. Aprender a no hacerme daño. No forzar. Cuidar mis cuerdas vocales con mimo y extrema atención.
Medirme. Medir mis impulsos. Si logro parar, podré actuar sin lesiones ambiciosas en los próximos conciertos. Salir al campo, en plena forma y con todas las facultades. Salir con salud a darme y a darle al auditorio lo mejor de mí mismo.
Paciencia y calma. Aprender a coger una partitura y a no importarme demasiado lo que salga cuando vaya a cantar. Coger seguridad delante de un pentagrama, y tener la modestia de parar cuando marche desubicado.
Así, crezco. No tengo ni tiempo ni dinero para hacer cursos de solfeo o de técnica vocal. Es igual. Aprenderé de oído. Del oído y de la contemplación tranquila de mí.
Lo más importante, es que me gusta cantar. Por éso debo detenerme a meditar y en movimiento. Si me gusta cantar,¿por qué no estoy haciendo lo que debería para satisfacer ese hobby? Buena pregunta. Todas las respuestas están dentro de mí. Nadie me ha hecho daño en las cuerdas vocales. He sido yo. He gritado en vez de darle un tono alto y fuerte a la melodía. Me he caído solo. Pero lo mejor es que desde el suelo me levanto y no me quejo. Y pasará el tiempo. Y dentro de un mes se me habrá ido todo.
-Y HABRÉ SIDO MÁS MODESTO-
2 comentarios:
Qué gusto leer tan bellas letras José Vicente.
Un placer pasear por tu blogs.
Un saludo.
Emilia.
Besos y gracias!
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