martes, 17 de septiembre de 2013

- EL NUEVO SAN MAMÉS -



Ayer se inaguró oficialmente el nuevo templo futbolístico del Athletic de Bilbao. El nuevo y precioso campo de San Mamés.
Todo muere y renace. Como el fútbol y su modernidad. Ayer se reinauguró de nuevo el sentimiento de tantas personas que llevan al fútbol en su corazón. Es el fútbol que me gusta a mí. El fútbol de raíz y de convicción a flor de piel.
Sí. Un templo. Casi suntuoso. No faltaron los ritos ni las liturgias. Se bailó un aurresku y se homenajeó al mito "Pichichi". Sonó el himno del Athletic, y la gente lloraba emocionada. Eran silencios y momentos sentidos; auténticos. Y más allá de la dimensión exagerada del fútbol, aquello era hermoso y especial. Los vascos defendían algo más que unos euros o unas condiciones económicas. Defendían un escudo y una camiseta. Respetaban la idea del fútbol atrevido, y la laboriosidad del trabajo y del esfuerzo necesarios.
Como en las gradas. Todo el mundo uniformado con las camisetas de su equipo del alma. El orgullo de estar ahí. El orgullo del fútbol. La sensación, de que era y seguía siendo una excelente manera de estar en el fútbol y de reunirse con la excusa de un evento social. Juntarse en fútbol. Algo coral.
Sombreros típicos, txapelas y mucho cachondeo cañí. De allí. Mucha verdad en dos hombres muy gordos, los cuales se daban barrigazos enfrente de las cámaras de la televisión. Fiesta y pasión. Una irracionalidad mágica en uno de los Estadios en los que más sabe a fútbol popular y eterno. Puro y café de fútbol.
En el nuevo San Mamés, permanecen cosas atemporales. Sigue oliendo a Zarra o a Chechu Rojo, a Iríbar o a Uriarte. A, buen fútbol. A gente nueva. A borbotón de renovación sin renunciar al ancestro. No importa apenas el rival. El campo se llena, la lluvia se desvanece, el tiempo es el que es, pero la gente sigue llenando y acústicamente las gradas. Es un estreno formal, pero la esencia del Athletic sigue en cada mirada eterna o en cada niño que salta y corretea con la camiseta de su cuna.
En ventajeros tiempos de demasiados dólares y desequilibrios, en lugares como Madrid y el deseado y fichado galés Gareth Bale, hay otro tipo de cracks y de retos emocionales. Se percibe un modo distinto de entender estas cosas del fútbol.
Florentino y Bale son personajes fugaces, casi oportunistas, de coyuntura y vicisitud. Es gente que está de paso, es seducción de moda y de luxe. Solo así se entiende que Casillas esté en el banquillo o que hayan traspasado al talentoso Özil. Caprichos.
El nuevo y eterno San Mamés le da al fútbol una consistencia en donde los efectos especiales van por adentro. Donde el colorín está en las mejillas y no en el maquillaje. En donde todos son aspirantes a algo y a mucha honra.
En el Barça y el Madrid, favoritos natos y llenos de dinero y mayorías, parece importar el asunto de los euros y de los fichajes, las giras y el cine, la frivolidad y el show.
En Bilbao se disimula mejor. Como en otros lugares similares donde el fútbol no tiene por qué significar victoria segura sino reto a competir. El fútbol reaparece tras las grandes murallas empresariales, y busca siempre la sorpresa de lo diverso y de lo social. El fútbol es cosa de todos. Nunca, la exclusión o el prejuicio.
Por eso toman cuerpo y sentido otros valores y otros activos además del frío dinero. El nuevo San Mamés trata de formar parte de ese fútbol sostenible que huye de desarrollismos y de las grandes alharacas hinchadas.
El fútbol es una seducción, sin necesidad de que lo sirvan en los restaurantes de lujo. El fútbol es grande también cuando estás mojado o incómodo. Cuando estás perdiendo, puedes ser capaz de remontar y de ganar.
-EL FÚTBOL HA DE SER SORPRESA-

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