Era yo un joven, y el deporte era muy importante para mí. Quizás demasiado. Me apasionaba mucho más que ahora. Y recuerdo que entre los deportistas que yo tenía una relación de entre amor y odio, estaba el tenista estadounidense Jhon McEnroe.
El pelirrojo y pecoso yankee, tenía todo lo contrario de lo que yo esperaba de un deportista. No aceptaba nada. Metía broncas a los jueces, a diestro y a siniestro. Y en el fondo, aquel maleducado comportamiento, abría un nuevo espectro seguramente equivocado de la libertad en el deportista joven y triunfador.
El malo oficial. El travieso y cabrón. El cara de mala leche, el cual cuando quería podía pasar por excelente muchacho. En el selecto mundo del tenis, comenzó a pasar algo nuevo y visceral. Un no gentelman quería ser el jefe de las pistas. Y, por cierto, que lo consiguió. ¿Qué hacer con aquel joven salvaje fantástico, que no era capaz de asumir nunca de buena gana sus derrotas o sus golpes fallidos? Lo mejor era su extraña capacidad expresiva.
Las teles se lo rifaban. Ver jugar a Jhon McEnroe, era un filón. Su juego en la pista era, enfado, saque y volea. Su saque era definitivo. Un auténtico bombardero heterodoxo. Era muy raro sacando. Porque doblaba su cuerpo hacia adelante y lo acompañaba con el brazo. Se arqueaba en exceso y se ponía a prueba su equlibrio, a la vez que te soltaba un raquetazo al que era difícil contestar con precisión. Y su volea era antológica. Descolocando previamente a sus rivales, atacaba la red y les superaba. No les daba opciones. Era puro pressing.
El juego de McEnroe era efectivo y claro. Sin ambages ni rodeos. El americano huía de los golpes largos, y lo que buscaba siempre eran puntos ganadores. Jugaba golpeando en diagonal, buscando las líneas, y con una precisión de crack. Sus duelos con el sueco y mito Björn Borg, fueron realmente apasionantes combates del siglo. Muy parecidos a los actuales partidos de los colosos Nadal y Djokovic. Historia pura.
Su carisma era total. Ha habido pocos tenistas con esa vis para los medios y la televisión. Llegó hasta a protagonizar anuncios, en los que mostraba su personaje gruñón y siempre desafiante y descontento.
Cuando le cantaban un ¡now!, Jhon McEnroe nunca terminaba de creerlo. Y entonces agarraba unos cabreos de mil demonios y se enfrentaba al árbitro: "¡La bola entró!..." Y a partir de ahí cogía una visceralidad impropia de un tenista de élite y hacía hasta gestos obscenos y absolutamente todo lo que le daba la gana. Se enfrentaba al público y no le amedrentaban sus broncas o pitadas fuertes. Se ponía hooligan y vándalo, y al final bajaba orgulloso la cabeza y seguía jugando al tenis y como los propios ángeles. Jugaba para ganar.
McEnroe era siempre el protagonista. Inmaduro y desequilibrado, rebelde sin causa, y con una ambición exagerada y casi de avaro.
El tiempo, le dulcificó. Jhon fue uno de los grandes. La gente que amaba el tenis, reconoció que era un Super Star. Todo un personaje de leyenda. Y vió y admiró cómo jugaba, y su concepto agresivo del tenis. Directo como un rayo y con la pegada de un peso pesado, el flaco yankee acabó siendo un ídolo de muchísim@s.
-TODO UN PERSONAJE ESPECIAL-
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