Aprovechando que hoy comienza en mi Valencia el curso escolar para los niños, evoco mi primer día de colegio. Yo, no quería ir. No había estado nunca en el cole. Tenía cuatro años y ya tocaba ...
Pero mi madre-, mi padre se desentendió por completo de mi escolarización-, tenía la idea bien clara. Deseaba que sus hijos estudiaran.Y allá que fuimos mi hermano y yo a un colegio que todavía sigue en pie y en vigor. Es el colegio Teodoro Llorente, de la calle de Juan Llorèns.
Mi hermano iba más tranquilo al cole. Me lleva un año y pico, y le tocaba ya el segundo curso. Pero, para mí era todo una cosa extraña. Recuerdo la cesión. A mi madre le decían los profesores que no se preocupara. Que, no pasaba nada. Lo que sucedía era que yo tenía un tremendo berrinche. Lloraba y gritaba que no: "¡Yo no quiero entrar, mamá!" ...
Se llamaba Doña Josefina la profe de infantil. Sonreía. Recuerdo su sonrisa tierna y mágica. Veía la cara un tanto asustada de mi bella madre, y se ponía en su piel. Era mi berrinche un acto sincero y tierno. El niño, no quería que su madre se fuera y le dejara allí en compañía de extraños. Hasta que finalmente, Doña Josefina rompió el nudo y logró que mi madre se fuera a casa, y que yo entrara todo llorando a la clase. Casi, a rastras ...
Apareció otro profesor, el cual era muy amigo de Doña Josefina. Se trataba de Don Julio. Ambos se miraron, sonrieron, me observaron, se tranquilizaron, y al final yo también me tranquilicé. Han pasado casi cincuenta años de todo ésto, y conservo fresco el recuerdo. Qué disgusto pasé ...
Cuando mi madre acudió a recogernos a mi hermano y a mí, todo parecía ya una balsa de aceite. Ya me había calmado. Seguramente vi que todo era muy natural, y que los demás niños aceptaban aquello con total normalidad. Y no lloraban.
Cuando yo iba al cole, llovía mucho en otoño y en invierno en Valencia, y yo me ponía unas botas de agua de color blanco, y pisaba en juego todos los charcos. Y en el aula no es que se pasara frío, pero calor tampoco. Aún huelo el olor de la goma de borrar, o del plumier o estuche en cuyo interior estaban los lápices y los bolígrafos. Y la cartera con los libros, y es curioso, pero ésa no la recuerdo. No. No me acuerdo,- y éso que soy memorión para las cosas de mi pasado-, de cómo era mi cartera en cuyo interior iban los libros y los cuadernos. Lo que sí estoy seguro es de que no era una mochila. Nada de esas mochilas que llevan los niños actuales. Era una cartera. Pero no me preguntéis más ...
Doña Josefina era además la Jefa de Estudios, y Don Julio debía de ser un tipo importante en dicho colegio Teodoro Llorente. Como un tutor, o algo así. Recuerdo que sacaba todo dieces y en todas las asignaturas. Debía de ser lo que hoy llaman niño superdotado y esas moderneces. Y no era especialmente un empollón. Se ve que captaba los conceptos con rapidez, y su desarrollo me era más fácil que a los otros nenes. Misterios y peculiaridades personales.
Me ponían una banda, la cual era un signo de mérito y distinción. El que llevaba la banda era el número uno de la clase. Y toda mi educación infantil y primaria fue así. El primero de los pupitres para mí, la admiración de los profesores y la envidia de mis compañeros. Eran todo chicos, porque en la época de Franco estaba prohibida la educación mixta. Me hubiera gustado tener niñas compis, pero no pudo ser.
Fue un tiempo entrañable. Me desubrí como un excelente estudiante, el cual no tenía tradición. Todos los míos eran de extracción obrera, y yo debía ser un rara avis. Y cuando mi hermano le soltó a mi madre más adelante que no deseaba estudiar, mi tesoro ahora muy mayorcita montó en cólera, se negó a aceptar, y le mandó en verano a una escuela de apoyo.
Yo, no podía entender nada. ¡Estudiar era fantástico! Te permitía descubrir cosas. Muchas cosas antes veladas del mundo. Aunque, bien es cierto, que el bienestar del estudio y las buenas notas solo son una parte positiva de la infancia.
-ME LO FUI DESCUBRIENDO POCO A POCO-
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